Discutamos sobre las
tabaibas...
“... escucha los gritos...”
(del salmo 144)./ “...
me escuchaste...” (del salmo 117)./ y “... da el monte
gritos...” (del himno de Vísperas II del Domingo
III).
... me ofrezco a ello, en cualquier foro o medio. Y vaya
sobre ello un adelanto (aunque sé los medios y los políticos, no están por la
labor, dados sus propios intereses, en que todo siga igual). Discutamos, pues:
¿nos van a alimentar las tabaibas? ¿Pueden las tabaibas satisfacer la demanda de
comida? ¿Vamos a seguir comiendo alimentos de fuera? ¿Está en manos del cabildo
y del gobierno autonómico cambiar esta política?
¿Volvemos a la pequeña economía
local? ¿Nos van a seguir alimentando las macros agriculturas? ¿Podemos cultivar
nuestros propios alimentos con la protección de todo? ¿A quién o quiénes
benefician este estado de la cuestión agrícola si la global o la local? ¿Cómo
vamos a salir del hambre y de la pobreza que la genera? ¿No se va a buscar
solución y a renovar este asunto? ¿Cuándo se le va a devolver el poder a la
gente? ¿Alguna organización planifica un cambio social al respecto? ¿Van a
seguir ganando los comercios mundiales a costa de los locales anulados? ¿Acaso
no nos sostiene la micro agricultura o agricultura local? ¿Se va a seguir e
institucionalizar el hambre y la pobreza, la pobreza y el hambre? ¿La
agricultura intensiva de tabaibas y otras (fuera de aquí), van solucionar el
problema de la alimentación mundial y local? ¿No va a cambiar el miedo ambiente
(y su aliado el seprona [ambos brazos recaudatorios del cabildo]), que prohíbe
todo contacto con el medio ambiente? ¿Interesa más el dinero que la gente? ¿No
se está a punto de desenraizar totalmente la agricultura con la muerte de los
mayores? ¿Se puede todavía rehacer la agricultura en la isla (e islas)? ¿No
vamos a rehacer la cohesión social perdida? ¿Acaso no son evidentes las
mentiras y el egoísmo del mercado
global? ¿Hay otro camino que no sea el de volver a las zonas rurales para
potenciar la agricultura (¡y la ganadería!)? La pobreza urbana, ¿no nos hace
mirar al campo?..., y, ¿para qué seguir? Con solo y todo de tabaibas, no vamos a
salir de ésta. Y, las preguntas (¡y muchas otras!) planteadas, no son sino el
comienzo de un larguísimo interrogatorio; pero, sin el interlocutor pertinente
(o en plural). En la mesa, dejo -pues- la invitación.
El Padre Báez,
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92. Por otra parte,
cuando el corazón está auténticamente abierto a una comunión universal, nada ni
nadie está excluido de esa fraternidad. Por consiguiente, también es verdad que
la indiferencia o la crueldad ante las demás criaturas de este mundo siempre
terminan trasladándose de algún modo al trato que damos a otros seres humanos.
El corazón es uno solo, y la misma miseria que lleva a maltratar a un animal no
tarda en manifestarse en la relación con las demás personas. Todo ensañamiento
con cualquier criatura «es contrario a la dignidad humana»[69]. No podemos considerarnos grandes amantes si excluimos
de nuestros intereses alguna parte de la realidad: «Paz, justicia y conservación
de la creación son tres temas absolutamente ligados, que no podrán apartarse
para ser tratados individualmente so pena de caer nuevamente en el
reduccionismo»[70]. Todo está
relacionado, y todos los seres humanos estamos juntos como hermanos y hermanas
en una maravillosa peregrinación, entrelazados por el amor que Dios tiene a cada
una de sus criaturas y que nos une también, con tierno cariño, al hermano sol, a
la hermana luna, al hermano río y a la madre tierra.
VI. Destino común de
los bienes
93. Hoy creyentes y no
creyentes estamos de acuerdo en que la tierra es esencialmente una herencia
común, cuyos frutos deben beneficiar a todos. Para los creyentes, esto se
convierte en una cuestión de fidelidad al Creador, porque Dios creó el mundo
para todos. Por consiguiente, todo planteo ecológico debe incorporar una
perspectiva social que tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más
postergados. El principio de la subordinación de la propiedad privada al destino
universal de los bienes y, por tanto, el derecho universal a su uso es una
«regla de oro» del comportamiento social y el «primer principio de todo el
ordenamiento ético-social»[71]. La tradición
cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad
privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada. San
Juan Pablo II recordó con mucho énfasis esta doctrina, diciendo que «Dios ha
dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus
habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno»[72]. Son palabras densas y fuertes. Remarcó que «no sería
verdaderamente digno del hombre un tipo de desarrollo que no respetara y
promoviera los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos,
incluidos los derechos de las naciones y de los pueblos»[73]. Con toda claridad explicó que «la Iglesia defiende, sí,
el legítimo derecho a la propiedad privada, pero enseña con no menor claridad
que sobre toda propiedad privada grava siempre una hipoteca social, para que los
bienes sirvan a la destinación general que Dios les ha dado»[74]. Por lo tanto afirmó que «no es conforme con el designio
de Dios usar este don de modo tal que sus beneficios favorezcan sólo a unos
pocos»[75]. Esto cuestiona seriamente los hábitos injustos de una
parte de la humanidad[76]. (de Laudato si, la encíclica de
Francisco).
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