Con las tabaibas, no hay
vida...
“... cuando... comíamos pan hasta hartarnos...”
(del libro del Éxodo16, 2-4.12-15)./ “... les dio pan... el hombre comió...”
(del salmo 77)./ “... comisteis pan
hasta saciaros...” (de Jesucristo, en el evangelio de san Juan 6, 24-35)./
“... saca pan de los campos... y
alimento...” (del salmo103)./ “...
preparas una mesa ante mi...” (del salmo 22)./ “...aridecen las majadas de los pastores,
se seca la cumbre...” (del profeta Amós 1, 1-2,3)./ “... los días son malos...” (de la
carta llamada de Bernabé).
... antes, sí que había un buen vivir. Pero, llegó la
radicalidad del miedo ambiente, y ¡todo terminó! El mismo que nos ha traído al
ambiente actual, al presente sin futuro. Al no caber desarrollo alguno, y al
cortar con la tradición, nos hemos quedado sin nada. Los aperos todos, piezas de
museos etnográficos. Ya, ningún recurso extraemos de la hermana madre tierra, según expresión
de san Francisco de Asís.
Sin diversidad alguna al tener solo la uniformidad de
tabaibas. Nos han subordinado a otras agriculturas y ganaderías de fuera, con
sus agravantes y peligros, pero con sus ganancias solo para ellos (ya saben a
quienes me refiero). Simple y llanamente, nos han oprimido, sin más. Sin
relaciones, sin comunidades o grupos (barrios o pueblos). Nos han transformado
en objetos (cuando éramos sujetos). Vivimos sin convivencias. El pueblo calla;
los que gobiernan, no nos escucha. Ya, solo existimos, pero no nos facilitan los
medios para vivir, así que... ni siquiera relación con la naturaleza nos
permiten. Se ha instalado el miedo a salir al campo, a la propia propiedad. En
el campo ya, no hay campesinos; se pasean “universitarios” uniformados, de
dudosa educación o formación dado el enchufismo y la corrupción política
imperante. Desaparecen los agricultores (también los pastores y otros
ganaderos), sin relevo, y sin posibilidad de sucederles y continuar sus labores.
Te castigan por ello (te multan). Se erosiona el saber de siglos, hasta
desaparecerlo. Ya no se abona, ya no hay agricultura. No hay aprendizaje de
agricultura tradicional, la de siempre, si bien con los adelantos (el tractor
que sustituye al arado donde el terreno lo permita, etc.). Desaparecen las
fincas comidas por la maleza o basuras (entiéndase: tabaibas, retamas,
escobones, cañas, zarzas, pitas, etc.), todas ellas súper protegidas. Han
destruido el campo y a los campesinos. Y no, no hay, ni tienen
alternativas.
El Padre Báez.
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78. Al mismo tiempo, el
pensamiento judío-cristiano desmitificó la naturaleza. Sin dejar de admirarla
por su esplendor y su inmensidad, ya no le atribuyó un carácter divino. De esa
manera se destaca todavía más nuestro compromiso ante ella. Un retorno a la naturaleza no puede ser a
costa de la libertad y la responsabilidad del ser humano, que es parte del mundo
con el deber de cultivar sus propias capacidades para protegerlo y desarrollar
sus potencialidades. Si reconocemos el valor y la fragilidad de la
naturaleza, y al mismo tiempo las capacidades que el Creador nos otorgó, esto
nos permite terminar hoy con el mito moderno del progreso material sin límites.
Un mundo frágil, con un ser humano a quien Dios le confía su cuidado, interpela
nuestra inteligencia para reconocer cómo deberíamos orientar, cultivar y limitar
nuestro poder.
79. En este
universo, conformado por sistemas abiertos que entran en comunicación unos con
otros, podemos descubrir innumerables formas de relación y participación. Esto
lleva a pensar también al conjunto como abierto a la trascendencia de Dios,
dentro de la cual se desarrolla. La fe nos permite interpretar el sentido y la
belleza misteriosa de lo que acontece. La libertad humana puede hacer su aporte
inteligente hacia una evolución positiva, pero también puede agregar nuevos
males, nuevas causas de sufrimiento y verdaderos retrocesos. Esto da lugar a
la apasionante y dramática historia humana, capaz de convertirse en un
despliegue de liberación, crecimiento, salvación y amor, o en un camino de decadencia y de mutua
destrucción. Por eso, la acción de la Iglesia no sólo intenta recordar el deber de cuidar la naturaleza, sino que
al mismo tiempo «debe proteger sobre todo al hombre contra la destrucción de sí
mismo»[47]. (de Francisco, en su encíclica: Laudato
si).
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