Primero las tabaibas...
“... nuestra
exhortación no procedía de error o de motivos turbios, ni usaba engaños... nunca
hemos tenido palabras de adulación ni codicia” (de la segunda carta del apóstol san Pablo a
los Tesalonicenses 2, 1-8)./ “... letrados... estáis rebosando de
robos...” (Jesucristo en el Evangelio de san Mateo 23, 23-26)./ “... para arrancar y arrasar... y
plantar...” (del profeta Jeremías 1,
1-19).
... antes que los pastores. Los inspectores los acosan
constantemente. Primero fue que donde hacían el queso debía ser como los
quirófanos en los hospitales, con mármoles y plata todo y aislados, con ropas
cuales astronautas; luego, un sinfín de normas, para acabar por no dejarles
tener al aire libre el estiércol, por contaminación ambiente, cuando el campo ya
está vacío, y siempre el estiércol estuvo al aire, ¡y es perfume del auténtico!,
y al aire se le echa a la tierra; y es el caso del acoso tal, que están encima
de los tres que quedan los inspectores fijos con sus preceptivas multas, para
conseguir aburrir a los tres que quedan, y luego libre el campo de la profesión
más antigua (el pastoreo y no la prostitución [ésta, es la que ejecutan ellos,
los de la administración], que aburren al personal, en lugar de estimular y
defender la ganadería, les están dando palos de muerte, y tanto, que
desapareciendo los tres que quedan, nos quedamos sin el pastoreo, y sin todo lo
que les es afín, su entorno, cultura, sabiduría (nunca olvidaré las cabañuelas
echadas por Benito el de Caideros de Gáldar a un grupo de senderistas [30 y
pico] que un servidor guiaba y atravesábamos la isla y nos tropezamos con él, y
cómo acertó a un año vista el tiempo que hizo, sin el menor error o
equivocación, y esto, no es sino un simple ejemplo). Pues, que les dan palos de
muertes, con visitas oportunas e inoportunas, y siempre sobre ellos, encontrando
siempre-siempre motivos para sancionarlos y multarlos, con el fin de que
abandonen y dejen el campo libre para las tabaibas. ¡Ah cabritos, por no decirlo
en grado superlativo -que suena mal-!, que acaban con la profesión de la que
muchos llevan su nombre como es el mismísimo Jesucristo: “¡Yo soy el pastor...!”, y el papa,
pastor universal; y de su diócesis los Obispos, y de sus parroquias los
sacerdotes-curas, que al fin y al cabo, de los que dan la vida por sus ovejas,
toman el nombre, pero que a este paso, nos quedamos en un par de años, sin la
referencia a lo que es un pastor, y todo para que las tabaibas se propaguen sin
obstáculo alguno por parte del ganado, que aunque no se las come, ¡las pueden
pisar y dañar con el roce de su lana!, ¡no te digo, Macario! Días vendrán, en
los que no se sabrá lo que es un pastor (como sucede ya con el agricultor); pues
a éstas nos han traído los políticos que mal tenemos, de cuyos labios no se caen
ni una sola referencia al sector primario, sino multas al que en él viva y lo
ejerza (agricultura y ganadería).
El Padre Báez.
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Necesidad de preservar el
trabajo
124. En cualquier planteo sobre una ecología integral,
que no excluya al ser humano, es
indispensable incorporar el valor del trabajo, tan sabiamente desarrollado
por san Juan Pablo II en su encíclica Laborem exercens. Recordemos que,
según el relato bíblico de la creación, Dios colocó
al ser humano en el jardín recién creado (cf. Gn 2,15) no sólo para preservar lo
existente (cuidar), sino para trabajar sobre ello de manera que produzca
frutos (labrar). Así, los
obreros y artesanos «aseguran la creación eterna» (Si 38,34). En realidad, la intervención humana que
procura el prudente desarrollo de lo creado es la forma más adecuada de
cuidarlo, porque implica situarse como instrumento de Dios para ayudar a
brotar las potencialidades que él mismo colocó en las cosas: «Dios puso en la
tierra medicinas y el hombre prudente no las desprecia» (Si 38,4).
125. Si intentamos pensar
cuáles son las relaciones adecuadas del ser humano con el mundo que lo rodea,
emerge la necesidad de una correcta concepción del trabajo porque, si hablamos
sobre la relación del ser humano con las cosas, aparece la pregunta por el
sentido y la finalidad de la acción humana sobre la realidad. No hablamos sólo del trabajo manual o del
trabajo con la tierra, sino de cualquier actividad que implique alguna
transformación de lo existente, desde la elaboración de un informe social hasta
el diseño de un desarrollo tecnológico. Cualquier forma de trabajo tiene detrás
una idea sobre la relación que el ser humano puede o debe establecer con lo otro
de sí. La espiritualidad cristiana, junto con la admiración contemplativa de las
criaturas que encontramos en san Francisco de Asís, ha desarrollado también una
rica y sana comprensión sobre el trabajo, como podemos encontrar, por ejemplo,
en la vida del beato Carlos de Foucauld y sus discípulos. (de Laudato si, de Francisco en su
encíclica).
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Nuevo comentario de Paco
Martel (otro Francisco), que agradezco por cuanto complementa lo que un servidor
-con otras palabras- viene diciendo. Me alegra lo diga todo con letras
mayúsculas, para que mejor se vea y lea:
ESTA CLARO: LOS POLÍTICOS, DE
UNO Y OTRO LADO, ESTÁN AL SERVICIO DEL GRAN CAPITAL. MIENTRAS LOS DE DERECHAS
HACEN LA POLÍTICA DE OPRIMIR AL TRABAJADOR, LOS DE IZQUIERDAS, LA
POLÍTICA QUE HACEN ES QUITAR NOMBRES DE CALLES, ESTATUAS, MONUMENTOS, ¡AH Y LOS
DEL GRAN TABAIBAL!: MENTIR, CREAR ODIOS (Y DIGO YO: ¿POR QUE ESTARÁN ENSANCHANDO
EL TUBO DE LA SIMA DE JINÁMAR?). ¿SERÁ PARA DEMOSTRAR -CUANDO PASEN LOS AÑOS-
LAS MENTIRAS QUE DICEN?
EN FIN, MENOS POLÍTICA DE
TRABAJO; Y DE BIENESTAR, NADA. DE LO DEMÁS TODO.
CORDIAL SALUDO PADRE
BÁEZ.
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