“¡No hay hambre!...
... fue la frase repetida hasta la saciedad, o cada vez
veía un árbol frutal. Sucedió ayer lunes 17 de agosto. El amigo Olegario, me invitó a un paseo después de
mostrarme su casa y el estado en la que se encuentra por culpa de un eucalipto,
pues, que entramos en La Culata de La
Atalaya de Santa Brígida, pero ya antes, mientras conducía, con parada incluida
para contemplar distintos paisajes, por donde entre tabaibas, los hay que
cultivan y plantan frutales, papas, batatas, etc.,
y con los comentarios pertinentes en torno a
lo que veíamos, y así, los eucaliptos cortados que a nadie ni a nada molestaban,
por entre sin casas, y ni por qué cortarlos –como que hacen lo que les dan la
gana-, y contemplando las orillas de la carretera, recordamos a Don Matías Vega,
que plantó para que la gente comiera, y según la zona, lo más propio (olivos de
Agüimes a Santa Lucía, y por otros lugares cirueleros, manzanos, higueras,
almendros, etc., que por qué -por la
zona- eucaliptos en lugar de olivos, pues los veíamos por todas partes, si bien
a falta de muchos acebuches de su injerto, y por donde las palmeras, la
pregunta: ¿y qué echan?, si al menso
fueran datileras, pero támaras, ¿para qué? Y aquellos pinos, pero: ¿están locos? Y ahora, aunque los quieran arrancar no lo
dejan, y además, por ley los tiene que regar, por más que se cargue la
finca, pues sus raíces -como las del eucalipto, camina kilómetros, buscando el
agua, rompiendo y dañando; que las distintas casas de pastores en otros tiempos,
vacías y robadas sus piedras de cantería, maderas, tejas, etc., en lugar de sus
restauraciones; que la pelea de aquellos vecinos, en el que en el juicio, de
infarto murió uno, y el otro no le pasó dos años, y todo con abogados de por
medio, pues si peleaban por una vaca -es un decir- la vaca sería del licenciado;
y al paso por higueras y tuneras, el mantra repetido hasta la saciedad: ¡no
hay hambre!; y tratándose de árboles el hermoso álamo blanco, del cual
se dice y aplica a una persona falsa o de doble cara: ¡no sea como álamo ,que tiene dos caras, una
blanca y la otra verde!; y ante los distintos almendros, la repetida
afirmación: ¡no hay hambre!, éstas (las almendras), se las comen los ratones (un servidor
cogió una bolsa de ellas, sin que nadie gritara lo de antes: ¡eh, que eso tiene dueño!, pues a la
orilla de la carretera, no es de nadie, sino de quine pasa (y así lo vi el
Domingo, el día antes del citado, que por entre Valsequillo y Tenteniguada, por
donde el área de descanso o recreativa, dos personas andaban enganchadas de
distintos almendreros, con el coche unos cientos de metros atrás aparcado,
llenado sendas bolsas de almendras; y ante las muchísimas tuneras, mostrándonos
el rico fruto de los tunos amarillos y blancos según, que se venían al suelo,
sin que nadie los coja (me hizo recordar, lo que mi hermano el día antes,
mirando hacia el Barranco de los Ríos, en La Lechuza, me dijo: ¡fíjate la alfombra amarilla de los perales,
con las peras todas en el suelo, importarlas, es mejor, y no mandan a los que
dan trabajo en limpiar cunetas a coger esas frutas!; que no solo tunos, sino
los higos (las higueras con racimos de higos, pletóricos de azúcar, de dulzura,
del mejor sabor, sin que nadie se los coma sino el sol y cayendo al suelo; y la
repetida varias veces pregunta: ¿dónde
hay hambre? Mientras toda esta comida esté por las orillas de las
carreteras, es que no hay hambre (y se van a la playa, y no al campo a cargar de
fruta los coches); toda esa fruta, con un
pisco de gofio, ¡no hay alimento que lo supere!; que los higos, como
plátanos, repletos, pletóricos, ¡y
sin riego nada de ellos! Pero, es que no acaban ahí el listado de frutas,
que por todas partes variedad y riqueza de todo: miel, parras, mangas, etc., y
el comentario: ¡como rosales!: tienen toda la isla llena de metralla, que
pudiera ser olivos (en lugar de acebuches), pues “el padre rico de un olivo es
el acebuche”; pero, también los naranjeros, sin faltar los limoneros. Y el
comentario del amigo: si los del paro
fueran a recoger la fruta, que se cae..., pero ¡no señor, se les paga por no
hacer nada! El mismo Domingo, con mi hermano, por donde los cirueleros sin
que nadie hubiera cogido una sola ciruela, por los suelos y pasadas algunas
todavía en el árbol; pero volviendo a donde estábamos, por la zona: los
nispireros, aunque no es esta su época, pero allí estaban, por las orillas de la
carretera, y el comentario: ¡en lugar de
pinos, aguacateros!..., y el citar a algunas personas conocidas por sus
apodos y la lista de algunos de ellos, como los de: María Mierda, los Cagaleras, La Chocha, Los
Tumbas, Los Bichos, Los Polvajeras, etc., etc. Y el recuerdo de la infancia
cuando echando fuego al caldero, en dos piedras, con leña de la poda (¡hoy, ni
se te ocurra!, que te llegan los bomberos, helicópteros, el miedo ambiente, el
seprona, y te desgracian); y el encargo materno: ¡échale el suero al cochino (cochino
negro)! Uno en cada casa, de 80 o más
kilos, hasta de 120, y carne ¡de la
mejor!, carne en sal en un barril; las tripas de morcillas..., y vuelta de
regreso al punto de partida, con el visionado de filas de palmeras por las
orillas de la carretera, en lugar de frutales, y la pregunta del millón: ¿comemos hojas de palmeras, o hacemos cestos
con ellas? Ya de regreso, le dije a Olegario le había agradecido el paseo en
su coche -y que quiso descapotar por el sol-, y le dije, no era conveniente
alguien me viera con aires de turista, impropio de un pobre cura, que podía
escandalizar, lo comprendió, y si paramos fue para recoger de la basura que
alguien echó de su casa, dos pedestales de loza, preciosos y un cacharro vacío
de pintura que me viene bien para mis acarreos de tierra, para mis olivos en
Jinámar, pues que le dije: Olegario, más
le agradezco este paseo, que un viaje a la Península o al extranjero, porque
entrar en mi tierra y conocer sus bellezas y riqueza, no lo cambio por nada del
mundo.
El Padre Báez.
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