martes, 11 de septiembre de 2012

¿Vaquera...

¿Vaquera de la Finojosa?

El sábado último, conocí a J..., que vive en C..., donde llaman M..., y allí estaban, para recibirnos –iba acompañado, de M... (¡cual vaquera de la Finojosa!)- sus dos hermosísimos perros, se adelantaron- él, nos esperaba; también su padre, y dentro de la cueva-casa, su madre –imposibilitada-, y me mostró la casa-palacio, las cuevas y el entorno.

Lo primero que vi fue aquella montaña de estiércol (que esparcirá por la tierra, tan pronto refresque el tiempo, para la siembra), y como no tenía mucho tiempo un servidor, de forma rápida y superficial, vi que allí tenía: higueras, olivos, tuneras, almendreros, etc.; sueltas andaban las gallinas, y en la cueva-alpendre unas quince cabezas de cabras y ovejas; en otra más pequeñas, el carnero y el macho –separados- y en la cueva mayor las dos vacas y el becerro. Con lo que el queso, es queso de tres leches, de tres sabores, el mejor del mundo (sin premio, porque se lo comen y regala a sus amigos). En otra enorme cueva-garaje, los coches...

Estoy seguro, que ese trabajo, es duro; aquella yunta de vacas, exige cama, limpieza, agua, comida (pitas, tuneras, hojas de higueras, retal, escobones, cañas, etc.). Esa, ha sido la escuela, en la que ha crecido nuestro amigo J...; no trabaja para nadie, es cosa familiar. Su padre y su tío, habrán sido sus mejores maestros (ya ancianos [por los ochenta y más]). Desde niño pequeño, siempre con esos libros, de la agricultura y la ganadería; ahora ya, joven tardío por casarse, y en ello anda ya; subido en los treinta largos, pero joven que no representa sino quince menos, dada esa vida tan sana, al sol y frío, al abrigo y al soco. Por supuesto, estuvo en la Escuela local, y tiene sus estudios para defenderse (su carné de conducir, etc.).

Me imagino, recibirá la visita del veterinario que le exigirá leyes; también estará en el ojo de miras del medio ambiente; y el pobre, se tendrá que ajustar a cuantas normas, exigencias, caprichos y absurdos de uno y otros, y sortearlos como pueda. Es fiel, y honrado, humilde y cumplidor, y así se libra de multas y sanciones.

Lo suyo, es una carrera; y atiende a todo (su madre, los animales (perros y gatos incluidos y sumados a los que dan leche); huevos, ya dijimos no le faltan (gallinas [y un gallo, con los espolones mayores que he visto en mi vida]). Ocupado está todo el santo día (su madre según me vio me pidió le bendijera el rosario, que su hijo J... le trajo de Teror, de cuando fue a la Virgen del Pino, el día antes). Tiene un hermano mayor–también soltero, que le ayuda-, bajo la mirada atenta y cansada del anciano padre, que apoyado en su palo, es la sabiduría y bondad, y objeto de delicadezas y atenciones, igual que la madre (la sentaba, para que me pudiera recibir, con muchísima delicadeza [no está en ningún Centro Asistencial de esos; está en su casa, y lleva así unos quince años -creo me dijo-]).

Nada de lo anterior le aleja de salidas, a pasear, a comer, a bailar, a mocear, a tomar algo (cenar, merendar, tomar lo que se tercie [no alcohol]), que compagina con todo ese trabajo, que tanta libertad y seguridad le da. No se libra de los animales antes de que caiga o se acerque la noche, y hay que madrugar ante los mugidos y balidos que piden ordeñe y pesebre. En otros tiempos, había más animales, pero..., aunque con menos siguen como antes, igual.

Cierto, que todo esto está desapareciendo; pero aún sigue ese resto. El campo, se vacía, y todo se ha llenado de retamas y maleza (no te las dejan ni tocar [y son lo mejor para el estiércol]); las cuevas-casa y cuevas-alpendres, se vacían, se abandonan. No se puede hacer nada en el campo en orden a restaurar y volver; pero nuestro protagonista, no cayó en la trampa del turismo, y siguió pegado y apegado a la tierra, la que le da abundantemente la comida y riqueza suficiente.

A nadie se le puede escapar, que es un trabajo duro, fijo, continuo, constante, siempre igual, lo mismo, atado, frenado..., pero vi a un hombre (una familia) feliz; muy feliz, llena de valores, llena de alegría, llenas de hospitalidad, llena de... ¡tanto!

Por supuesto –repito- trabajan muchas horas, más de las ocho preceptivas, tal vez 13 o 15 –depende-, y cualquiera pudiera decir: “¡trabajan, como unos desgraciados!”; pero allí hay felicidad, hay alegría, hay bien. Trabajando menos de lo que sea, y en lo que sea, sería: un desgraciado de verdad, un arruinado, un pobre, un esclavo, con miedo al paro, con poco dinero, pasando hambre, inseguro, nervioso, depresivo...

Mi migo J..., es su dueño y jefe; él, es libre y es un hombre sereno, en paz, autosuficiente. Las vacas en cueva, están mejor (frescas en verano, tibias o calentitas en invierno; retozan cuando salen, que es una maravilla; y también parecen felices, y eso, se nota en la leche (¡vaya queso, Dios!).

Y, como no podía ser de otra manera, la vaca –una de ellas-, no prestaba atención a un servidor, que la miraba, porque ella, le había clavado la vista a uno de los perros (el negro [el otro es blanco, con manchas blancas]), y no dejaba de mirarse mutuamente, retrocediendo el perro, ante la cabeza baja de la vaca que resoplaba...

Le dejé a M..., y seguí, a celebrar las otras Eucaristías (él, la bajaría, al final de sus faenas).

El Padre Báez.

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