miércoles, 20 de julio de 2011

Cuales otros Budas...

Hacíamos yoga, el sábado pasado -una trabajadora del campo, un alto militar, un submarinista, dos arquitectos, un carpintero metálico, un padre de hijos universitarios, una chica nueva... - y debajo de un estéril y gigantesco acebuche, que nos daba sombra y la música del viento entre sus ramas, y sobre la madre tierra, en otros tiempos de trigo, últimamente de trebolina, y llenándose el terreno de retamas indias blancas, dado que: los conejos, que la comen en lo alto y por los perfiles de las montañas, se vienen hasta el llano a retozar, y a dejar sus cagarrutas...

¡Y he ahí el milagro, que deshechas cuantas cagarrutas apretábamos, todas ellas cubrían una semilla, que al no digerirla el conejo, y envuelta en el mejor abono, solo espera a que venga el otoño, con sus primeras lluvias, para prender y llenar de retamas blancas indias, lo que antes nos daba comida.

Un ejemplo claro, de lo que la naturaleza, que es sabia -no tanto los hombres- que se ocupa de esta manera tan maravillosa, de repoblar o reforestar y multiplicar las plantas, por más que sean endémicas, o estén súper-protegidas, que alejando los animales de ellas (pongamos que hablo de las cabras y ovejas), lo único que conseguimos, es que desaparezcan las plantas -¡y algunas autóctonas y exclusivas!- al faltar el “vehículo”, que las trasladen y trasplante, pues cuando no en los excrementos o estiércol de los mismos animales, en su pelo, llevan el polen que esparcen y con el paso y roce de su andar buscando la comida, ellos mismos la multiplican.

Pero –ahora-, la ignorancia de los hombres (los políticos [porque los del campo lo saben]), que cierran, obligan y multan si ven un animal suelto, porque dicen: terminan con la flora, cuando son ellos precisamente, los que la reproducen, como nadie; que de no ser así, se endurece, pierde y seca, y sin ese traslado de semilla -que solo los animales hacen- nos vamos a quedar -como dice Don José Rodríguez, del periódico EL DÍA-, en el gran secarral que ya somos, y caminamos hacia un mayor desierto, con solo plantas que nada dan de comer, sino que envenenan la tierra.

Lección, enseñada, bajo un acebuche, en Lomo Magullo (Telde), en una de las márgenes del Barranco de los Cernícalos, donde el silencio, la paz, el sol, la tierra, el aire, la música (pajarillos, y otros), nos daban relax, armonía, equilibrio, serenidad, dominio, flexibilidad..., ¡y tanto y tanto! La amistad, la comida compartida...

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