jueves, 7 de julio de 2011

(299): ENCUENTRO ARQUEOLÓGICO

    Recuerda uno, cuando de niño, leía aquello del burro flautista (fábula de Tomás de Iriarte):

                 Esta fabulilla,
            salga bien o mal,
            me ha ocurrido ahora
            por casualidad.

                Cerca de unos prados
            que hay en mi lugar,
            pasaba un borrico
            por casualidad.

                Una flauta en ellos
            halló, que un zagal
            se dejó olvidada
            por casualidad.

                Acercóse a olerla
            el dicho animal,
            y dio un resoplido
            por casualidad.

                En la flauta el aire
            se hubo de colar,
            y sonó la flauta
            por casualidad.

                «iOh!», dijo el borrico,
            «¡qué bien sé tocar!
            ¡y dirán que es mala
            la música asnal!»
                Sin regla del arte,
            borriquitos hay
            que una vez aciertan
            por casualidad.

    Pues eso, es lo que sucede cuando uno, despistado, sin querer, va y descubre, halla o encuentra un yacimiento, una pieza o un resto de nuestros antepasados, los guanches. Es decir, de manera o forma casual, se pueden y de hecho sucede, que uno encuentra algo de nuestro patrimonio.

    A veces sucede donde menos uno se lo espera, y justo por donde miles de veces se ha pasado y miles de personas, que nadie hasta entonces, se ha dado cuenta está allí la prueba, el hecho, el objeto... Todo será cuestión, de tener “ojo clínico”, o ir más atento por la vida, e ir cuestionándose lo que se ve, razonando y deduciendo...

    Otras veces ocurre, que lo tenemos delante de nuestras propias narices, y nuestra información al respecto es tan nula, que por más que está la evidencia, pues que no nos enteramos. Y es que no siempre está o pasas por el lugar o sitio, el técnico, que éste ciertamente lo huele desde lejos, aún sin manifestación alguna.

    Por supuesto, el autor de cualquier hallazgo -anoche me dijo alguien que fue a no se qué sitio (lo se´ciertamente), y me dijo vio tres cuevas, que...- y el verano es una época muy propicia a ello, puesto que salimos más que en otras épocas, que encontrado algo, lo primerísimo a hacer debe y tienen que ser: avisar de lo encontrado.

    Y todo lo que puede hacer –sin tocar nada- es, sacra algunas fotos. Por lo general, al tratarse de algo nuevo que aparece, y de lo que con anterioridad no se tenía conocimiento, suele estar en buen estado, a no ser que por ignorarlo, esté todo lo contrario, casi desaparecido, y en uno u otro caso, los técnicos sabrán cómo tratarlo.

    Por lo general, hay siempre trozos o fragmentos que dan pistas, como son lapas, huesos, cerámicas, piedras, etc., y siempre estos restos, son los que nos van a dar datos inimaginables, como la fecha, costumbres, número de población, alimentación, etc., etc. Pero, la prospección, seguro que amplía los datos, pero eso no corresponde al que encontró algo.

Aunque no siempre, se encuentran vestigios, por la total desaparición, dada la actividad y transformación del lugar donde el yacimiento, que siempre conservará algún resto de su huella.

    El Padre Báez, que de cara a una actividad veraniega que pone a muchos en contacto con la naturaleza, avisa acerca de cómo proceder ante cualquier vestigio de nuestros antepasados, y ello: que no haga intervención alguna en lo encontrado y solo avise, y serán otros los que intervengan en el yacimiento, y éstos desde sus competencias.

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