sábado, 20 de octubre de 2012

Miedo...

Miedo

a medio ambiente.

Mientras no se repliegue el medio ambiente, no hay posibilidad alguna de vuelta al campo, al sector primario: son o es el brazo ejecutor del cabildo y éste –que debe desaparecer- está desapareciendo el medio ambiente, al no dejar –con sus leyes absurdas y sin sentido- desgraciando el futuro, hundiendo el presente, y borrando el pasado.

No se encuentra un solo hombre de campo, que haya hecho lo que siempre se ha hecho, sin que no haya sido multado; pero de forma exagerada, como si algo terrorífico hubiera hecho, y no tratarse sino de limpiar un camino (por ejemplo), intentar levantar una pared caída, vallar un terreno para evitar el paso de ganado o entrada de roedores, o cualquier otra faena, como al de limpiar el terreno, y toda vez que una de las todas plantas protegidas, sean arrancadas para cultivar y sembrar, ¡ya tienen la preceptiva multa y sanción, que va siempre más allá, con otras penas como la de plantar determinado número de pinos en terreno de cultivo y de labranza como castigo o sanción por lo cometido (una simpleza o nadería, sin más)!

Con gafas negras siempre –aunque no haga sol-, los multadores o denunciantes, o los que sacan fotos e informan a sus superiores de los delitos, contabilizando plantas rotas, habiendo de ello billones y trillones de lo mismo, al estar la isla invadida por la maldita retama, y otras especies venenosas como las tabaibas, cardones, y otras plantas asilvestradas, que esterilizan la tierra e imposibilitan el trasiego y las faenas del campo. O el hecho de confundir con podar el hecho de trasplantar un castañero de entre los miles que nacen de las castañas, no recogidas.

Otro tanto cabe decir de cualquier faena de y con animales, que por de pronto, están todos encerrados, cual si peligro inmenso de daño irreparable fuera, que han de estar en explotaciones, comiendo de cuanta comida traen de fuera, sin dejarles probar nada de la tierra, y –las explotaciones – éstas, camufladas con flores ornamentales, para disimular la presencia y estadía de alguna granja, así escondida, y sin posibilidad de ver el sol los animales que lo necesitan para la salud y que les engordan más que la comida.

Gracias a la acción persecutoria y de vigilancia constante sobre toda acción campesina (agrícola y ganadera), y al miedo a ser multados, encarcelados y obligados a deshacer lo hecho, cualquier plantación o cambio en el terreno, por mínimo que sea, hace que todo esté en estado salvaje, y volviendo a la época anterior a la llegada de los canarii o guanches, que fueron los que destrozaron la orografía roturando la tierra, y haciendo rellanos, cercados, y volviendo cultivable la tierra, limpiándola de piedras, y haciendo con éstas las paredes, que sopladas por las lluvias libres y sin conducción las aguas por nadie (acción igualmente prohibida), hacen que las laderas recuperen sus milenarias formas anteriores a los citados, y en ese proceso, se está emboscando todo de retamas, escobones, pinos, tabaibas, etc., sin que nada de lo que reforestan sirva para matar el hambre dado que todo es o son plantas estériles y envenenadoras del terreno, que se vuelve salvaje y ya es impenetrable por la mayoría de los lugares desapareciendo alpendres, caminos, senderos, eras, cercados, goros, arrimos, cadenas, bocados y toda acción en el campo, como canales, acequias, estanques, aljibes, alpendres, casas, yacimientos aborígenes, etnografía, la cultura del agro o agricultura, la ganadería, la población, las costumbres, los usos, la artesanía verdadera (no la de juguetes y minucias o ridiculizaciones de lo que eran aperos e instrumentos de trabajo, etc., etc.).

Por eso, o desaparece el medio ambiente o miedo ambiente, o debemos temer que desaparezca todo, y nunca más se vuelva al campo, de donde venimos y que hasta hace cincuenta años, y desde que las islas fueron pobladas, siempre se vivió del campo; ahora, el campo está protegido todo, lo cual quiere decir, no se puede tocar nada, y el que lo haga, lo paga caro, y son ya muchos los que lo han pagado con la vida, al suicidarse por lo desorbitado de unas multas muchas veces centenarias en miles de euros, dinero que no se tiene, con una vergonzosa prisión por ser simplemente campesino y ejercer su profesión, y obligación de reponer el estado anterior de cualquier acción de cultivo o mínima actuación de limpieza, castigando con acciones que no tiene lógica, como la de cortar unas hojas de pitas que te pueden sacar un ojo o simplemente impedir el paso: limpio un camino de ramas, y me multan según las ramas cortadas (te le sacan fotos y las cuentan, y suman o multiplican) y encima tengo que plantar un determinado número de pinos en lo mío, con lo que desgracio mi propia tierra, y ya nunca más podré plantar nada en ella.

Esto pasa (¡y más!), y no hay periódico alguno que diga nada, solo porque de vez en cuando el medio o miedo ambiente les paga de publicidad una página entera en color con fotos de los pinos plantados y consiguiente reforestación esterilizante.

El Padre Báez.

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