domingo, 21 de octubre de 2012

Los que...

Los que

se mueven por el campo.

Antes, hasta hace poco, unos años atrás, en el campo se movían los campesinos, había vida, habían movimientos, quien no atendía la tierra, se ocupaba de sus animales y los había –la mayoría- que una y otra actividad, pues les van parejas, y una sin la otra no se entiende ni se sostienen; pero esto, ha ido cambiando, porque todo lo que aquello exigía: limpiar, cavar, sorribar, arar, podar, sembrar, plantar, ordeñar, cantar, limpiar, canalizar, llevar al macho o al toro, etc., etc.

Todo esto ha desaparecido; todo esto pertenece ya al pasado; al presente, no se ve a nadie moverse en el campo, de lo antes citado, en sus tareas o faenas más propias, y desde siempre; ahora, ya nada de eso se ve, no se hace. Todo eso está prohibido, vigilado, perseguido y castigado. Los que ahora se ven son hombres uniformados, del cabildo, del gobierno, de la guarida civil, y todos persiguiendo a esos pocos ancianos que quedan y que quedan encerrados en sus casas, en sus casas-cuevas, escondidos, amedrentados, asustados, temiendo la visita de esos ejércitos, que en sus coches de cruzan y cruzan las cumbres, los campos, persiguiendo a gente inofensiva que nada hacen sino sobrevivir, con lo que pueden hacer alrededor de sus casas, pero sin poder ir más allá de unos metros, donde los cazan cuales si ratones fueran por esos gatos humanos, que gastan en combustible y en uniformes verdaderas fortunas, que se resarcen con multas enormes,  desconsideradas, por simples acciones inocentes, como levantar una piedra del suelo y ponerla en su sitio o lugar en la pared, o por quitar una rama de una retama que entorpece el paso de entrada y salida a su propia casa, por el patio, donde se nació, y no puede quitarla, por ser planta súper-protegida.

Antes, en el campo, se veía una yunta, un tractor, una camionetilla, una carrucha, gente andando, en coches, en burros, etc., etc.: había movimiento, acción, dinamismo, producción, trabajo, alegría, etc.; ahora, solo se ven coches oficiales, con rayas de colores, con “policías” o guardianes, que vigilan y se cruzan, se estorban unos a otros, que van y vienen como moscas, sin rumbo fijo, sin metas, ni motivos, en un ir y volver y repetir y volver a pasar una y mil veces, y así hoy, mañana, como ayer y antesdeayer, y así indefinidamente, todos con gafas negras, metiendo miedo, mirando, controlando, no dejando tocar ni hacer nada, ganando un dinero sin producir, y sin dejar producir, y en ello los dos gobiernos (sobra uno): el autonómico y el cabildicio; los dos, más los guindillas locales, que colaboran, con sus escudriñadores ojos a todo movimiento fuera de casa o del patio domiciliario, donde permanecen encarcelados el amo y dueño de un terreno que no pueden cultivar, ni poner en él una miserable cabra, que debe permanecer oculta, encerrada, escondida, excluida, sin ver el sol que las cría...

Ya, ni los cuervos y aves se mueven, solo unos pájaros azules, dicen los de miedo o medio ambiente, que repiten como loros, y nadie –absolutamente nadie- los ha visto, porque sencillamente, no existen y para que los gatos no se los coman (como si no supieran subir a los pinos, o hayan perdido las uñas o garras felinas), les plantan de pinos toda la isla, para que los pajaritos azules (inexistentes), vuelen, vuelen, vuelen...

El Padre Báez.

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