Una
vaca, en lo que antes era Gran Canaria...
... era un signo diferencial del estado social de su
amo; era, un hombre rico el que la tuviera, de ahí, que la vaca del pobre, era
la cabra, “¡la cabra era, la vaca del pobre!” Así se decía, y así era.
Hablo de los años 60/70, y antes y después, ya que dinero para comprar una vaca
no todos tenían, y si un pobre compraba una vaca, era a base de vender muchas
cabras, ahorrar en ello, y así casi subir un escalón. Recuerdo, que mi padre tuvo
una vaca; Don Jacinto, tenía otra, y su hijo Don Paco Nuez unía la suya con la
de mi padre, para arar sus tierras, y lo mismo hacía mi padre con la de él (mi
padrino de confirmación), para arar las propias.
Y, a decir verdad, una cabra
bien cuidada, y según su raza, era capaz de dar tanta leche como una vaca -a
veces-, que lo normal, no era eso, sino la excepción. Y es que más allá de la
leche, estaba la cría, el estiércol, y el prestigio: se medía la riqueza según
el número de vacas. Repitamos, que si la cabra era la vaca del pobre, la
vaca-vava, era la del hombre rico. Piénsese en la alimentación de una vaca,
comparada con la de una cabra, pues entonces de un comilón se decía, “¡come
como una vaca!”, o “¡está gorda, como una vaca!”; de
hecho, también -como con las cabras- estaban los del apodo: “los
vacas” y así en lugar del apellido: Carmen vaca, Juan vaca, etc. Pero,
volvamos a las cabras que nos ocupan. Nadie era pobre, si tenía una cabra, pues
con ella -o más de una- se tenía asegurada la comida: leche no faltaba, tampoco
queso, por supuesto el suero, y los baifos, el estiércol, y la obligación de
tenerlos bien atendidos (educación y formación para la vida), pues para
venderlos y comprar otra y en ello ganarse algunas pesetas (los euros de
entonces), debía estar bien gordas, lustrosas, con las pezuña bien cortadas,
limpias, etc., y así reponer con otras y a esperar las machorras dieran leche (
es decir dieran crías), y así en un cambio y avance, con negocios de por medio.
Pues existía la profesión de marchante -iban por las casas preguntando si
vendíamos una cabra, llevando un racimo de ellas-, que compraban, para llevarlas
a la feria el Domingo, y en ello el negocio de ganar algo (algunos les iba tan
bien el negocio, que hasta tenían camiones). Mi padre, como era caminero, las
compraba a los de orillas de la carretera los sábados, y al día siguiente las
vendía, y si no, a la semana siguiente, con lo que los Domingos por la mañana,
un servidor le acompañaba en ese menester de llevarlas, y mis prisas en que las
vendiera para no volver a casa con ellas de vuelta, y encima cuidarlas durante
la semana, pero él (mi padre), irremediablemente me decía siempre: “¡primero
la Misa!”, con lo que al salir de la Iglesia, la feria ya estaba casi
vacía, pero con un poco de suerte, siempre vendía, y si con éxito, nos esperaba
en un bar-restaurant al fondo de la feria, una garbanzada con carne de cabra,
que era un lujo en aquellos tiempos, ¡Dios, quién volviera a aquellos platos, y
a aquellos regateos en la venta-compra de los animales (nosotros cabras, y
algún becerro; excepcionalmente una vaca tanto en venta como de compra,
sabiendo previamente si era de Tirajana, de Gáldar y según ello su
alimentación)! Una vaca chica valía menos (las de mi padre, pocas veces fueron
vacas grandes)...
El Padre Báez, que antes de sacerdote fue cuidador
de cabras (también de becerros y vacas: mi verdadera universidad), donde
aprendí a pastor, también de almas. Recuerdo ver a mi madre, escondida tras los
cristales de la ventana, llorando, al ver pasar la vaca que mi padre iba a
vender; pues tanto cariño le tenía, ya que la había cuidado desde becerra...
(lo que hoy a los perros, pero éstos, no dan leche).
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(si las
cabras hablaran, dirían del salmo 70,
lo que sigue): “... mi roca de refugio, alcázar donde me salvo, mi peña,.. Alcorán mío,
líbrame de las manos perversas (del cabildo)...”.
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