El
regalo de un baifo, cuando esto no era el Gran Tabaibal...
.. que agradecidos estaban los padres de uno, con el
médico, con el maestro, con el abogado..., que carentes de recursos económicos,
con los que pagar o propinar a los dichos y otros, y porque el primero había
curado y salvado al chiquillo de una enfermedad y muerte segura, con el segundo
porque con paciencia enseñaba las cuatro reglas, a leer y a escribir al niño,
que si faltaba a clase era porque tenía que coger comida a los animales (entre
ellos, a las cabras), agradecido con el tercero ante la defensa de un mal
vecino que te había denunciado, digo, que faltos de dinero, la cabra suplía con
creces, porque cuando no el queso tierno y fresco, o de ella también, el mejor
baifo, acababan en la mesa del docente, del matasano -como se le llamaba
sabiamente a los que decían “doctores”-, y otro tanto ocurría con el letrado en
leyes, por haber ganado el juicio, como se decía.
Eran pues los baifos -los
hijos de las cabras-, la moneda de cambio, y fruto de las cabras, los que
servían para pagar favores o servicios. Y toda vez que casa no había sin unas
cuantas o al menos una, siempre estaba ese baifo que se comía quien no lo había
criado, y en ello un buen puñado de dinero en carne. No deja de ser, otra
página de nuestra hasta hace poco reciente Historia (más o menos medio siglo
atrás), y que como se puede deducir, tenía por protagonista a la humilde cabra,
la misma que no faltaba en casa alguna, salvo ancianos -que también- o
enfermos, que por falta de salud o sobrados en años, siempre se las tenía. Y,
la pregunta pertinente de: “¿a dónde vas (por más que saco y hoz
[“jose”] se viera al hombro)?”, con la respuesta consiguiente: “¡a
cogerle un puño a la cabra!”, era lo más corriente. Nótese cómo la
presencia de la cabra, y en este caso su cría, el baifo, formaba parte del quehacer
diario y dio páginas bucólicas, sociales, de agradecimiento, etc. a nuestra
Historia. Historia la nuestra, que corre paralela a las cabras, y ello desde el
origen y nacimiento, pues hasta a la misma madre en el caso de amamantar o criar
al hijo, la cabra suplió, en tan alto como elevado menester, teniéndolas en más
de un caso como una segunda madre, de los más hermosos chiquillos, pues su
leche si no mejoraba a la materna, en nada la desmejoraba. Y, sin embargo, el
cabildo, las matan.
El Padre Báez, que sigue evocando páginas al viento,
de nuestra Historia, paralela y contigua a la de las cabras. Historias que un
servidor evoca, y el cabildo las borra, arrancado de la misma las más bellas
imágenes, como mostraré en breve: el niño mamando de la cabra, en el regazo de
su padre sonriente.
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