Esa es también una cabra, cabildo
matacabras...
... la más que triste Historia, de aquellas inocentes y
encantadoras jovencitas, que por mor de la pobreza de sus padres y sus muchos
hermanos, los primeros (los padres) las empleaban de criadas en la capital -como
si se fueran al extranjero entonces- en casas de señores ricos en Las Palmas de
Gran Canaria (todavía conservaba esta denominación antigua [modernamente
cambiada por la de Las Palmas del Gran Tabaibal]),
y las inocentes muchachas -no
siempre todas-, por mor de lo que fuera, pasando los años, y de niña a señorita
con todos sus encantos y con cofias blancas, como la de sus almas, y engañadas
por lobos hambrientos de carne fresca, bien por ellos, o por ellas (que no
creo), el caso es que quedaban embarazadas, y vaya usted a saber por quién, el
caso es que las noticias corrían como pólvora, al no poder disimularlo por más
que lo intentaran, que si se había echado a perder (perdiendo virginidad y
trabajo al mismo tiempo), y ya sin poder regresar a los suyos; y, si a la casa
no podían volver, ya que los padres renunciaban y como si ya no fueran hijas
(¡el sufrimiento de los mismos y de la chica!) de ellos, y ellas, por el honor y
la honra pedida..., que si se marchó a la península española, que si regaló el
hijo, o lo entregó a la “inclusa”, o lo dejó en el torno, que... y era un drama
para la familia y para el lugar como si hubiera muerto, donde ya no se la volvía
a ver, y el más cruel comentario y la peor comparación -propia de aquellos
tiempos de mi infancia y juventud-, en los que fui educado, ¡y doy gracias a mis
padres, maestros y tiempo!, que tanta moral nos dieron, si bien faltó el perdón
y otras consideraciones actuales, pero se es hijo cada cual de su época, pero
era la moda al uso, e hijos de su tiempo, hay que respetar las épocas, y es el
caso que al hablar de la chica de la que jamás ya nada se supo, cual si se
hubiera muerto -repito- y de la de alguna que se decía vivía por tal o cual
barrio de no buena reputación, y/o de la muchacha,
criando hijos sin padres, se decía: “¡es una cabra!”, sinónimo de lo que
era el mayor de los insultos, aún sin serlo. Pues, eso está ahí y borrarlo de
nuestra Historia sería, como arrancar páginas de la misma. Y ya no es Historia
sino historia coja. Sin las cabras (ahora las de cuatro patas), no hay Historia.
También sin las otras.
El Padre Báez, que repasa, hasta dónde se extiende el
nombre figurado de las cabras, habiendo familias en San Mateo -ya expandidas por
toda la isla y fuera-, con ese apodo, el de “los
cabras”, sin alcanzar el saber del por qué, pero que en este caso ya, es
lo de menos, sin olvidar el apellido “Cabrera”, pero esto, lo dejo para otra
ocasión (y, en el mismo San Mateo, la Montaña Cabreja, o “montaña de las
cabras”, ¿tal vez de una familia?...).
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(no las mates
cabildo): “... un pastor apacienta el rebaño, su mano
las reúne. Lleva en brazos a los baifitos, cuida de las
madres...” (Is. 40. 1-11). / “...
un hombre tiene cien cabras: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve y
va en busca de la perdida? Y si la encuentra, os aseguro que se alegra más por
ella que por las noventa y nueve que no habían
extraviado...”
(Jesucristo: Mt. 18, 12-14). / “... los pastos del páramo, y las colinas de
orlan de alegría; las praderas se cubren de rebaños, y los valles se visten de
mieses, que aclaman y cantan...” (salmo 64). / “... apacentaré mis cabras... las haré
sestear... buscará las cabras perdidas... vendaré a las heridas, curaré a las
enfermas; y las apacentaré debidamente...” (Ez. 34,
15-16).
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