Jonathan
Rodríguez Santana De un corredor de montes Padre Báez, k respeta el
campo, a las cabras, y a todo ser viviente. Saludos.
Eran, el “dios” de mi padre; y el cabildo las mata...
... eso le decía mi madre, y era verdad;
se desvivía por ellas. ¡Tanto las quería! Oí decir a mi madre: “...
hasta si en altar vieras hierba hasta allí irías a segarla...” Y en la
Misa de su entierro dije: “... ahora será feliz, porque en la gloria podrá
atender mejor que aquí a sus cabras..., allí los mejores pastos...”
¡sí, era demasiado! Todo para sus cabras, ¡cómo las quería!, ¡cómo las atendía!
¡Siempre comida cogida de repuesto!, siempre los pesebres llenos..., y claro, “de
tal palo, esta astilla”.
Que lo mamé; no fumo, porque nunca lo vi
fumando; quiero a las cabras porque me enseñó a quererlas..., ¿y que venga
ahora el cabildo matacabras a matarlas? ¡No, me niego a ello! Mi padre, me
enseñó a cuidarlas, a buscarle las mejores macollas de hierba, a veces hasta
las empachaba -las ponía malas de tanto rollón, afrecho (piensos, todavía no
había) millo en grano; el retal era de la hierba seca segada y guardada (hasta
en el dormitorio, para que no se le mojara, y aplastado con el pico encima
haciéndole peso), de la mesa salía con la lata con ralas de gofio (para las
cabras), ¡cómo las tenía de hermosas!, ¡eran las mejores cabras de todos y
todas...; sí, las “adoraba” , llegaba de su trabajo (era caminero), con sacos
llenos de la mejor hierba que había por trastones y orillas de las carreteras;
traía millo, ramas de todo, sementera, etc. Y, claro si se cría uno así, si eso
es lo que uno respira o mama (de su padre), que se desvivía por ellas, y sus
únicos enfados o pleitos, era porque no estaban lo suficientemente bien
atendidas, y nunca estaba a su gusto, pero pasaba si veía que echándoles comida
y agua, no probaban una y otra, señal clara que estaban satisfechas, hartas,
bien atendidas. Y para ellas, la sombra de una higuera en verano, con pesebres
de piedras, y en invierno la choza con chapas de cinc, para que guarecidas no
se mojaran, y para que el viento no se las llevara -a las chapas- piedras
encima..., en fin aquello fue mi mejor escuela, aprendí a no maltratar a los
animales, aprendí a que no les faltara de nada, buena cama, mejor pesebre..., y
ahora, ¿me las matan? Mi padre, hubiera puesto el grito en el cielo, y por él
que no puede hablar, habla su hijo: Por favor, ¡ni una más! ¡Ninguna más!
¡Jamás le peguen otro tiro a cabra alguna! Respeten la memoria de mi padre; y
yo, su hijo, el Padre Báez, lo hace por él.
El Padre Báez, que sobre esto tiene mucho
que decir: escribiría un tratado (y algo irá saliendo, después de esta
entrega), al menos que quede como retazos de Historia.
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“...
mentirosos... banda de malhechores... impíos... sanguinarios... infames...
llenos de sobornos...” (salmo
25). / “...malvados... malhechores... que llevan la
maldad en el corazón... sé su pastor...” (salmo 27). / “... el plan... que planean contra ellas...” (Is. 19, 16-25 [por supuesto: esto es: ¡Palabra de Dios!]).
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