En El Tabaibal se ha sustituido el campo...
“... carnero... bueyes y
cabras...” (del salmo 65).
“... una novilla...” (del
primer libro de Samuel 16, 1-13).
“... en su casa habrá
riquezas y abundancia... sin falta...” (del salmo
111).
... por los campos de fútbol. Del primero, ¡ni
mentarlo!, como si no existiera, ¡bueno, es que no existe! Existe, pero no se le
puede tocar, y cuando todo el mundo vivía del campo, cerrado a cal y canto por
distintas clasificaciones (que si de máxima protección, que si paisajístico, que
si natural y otras tantas imbecilidades, han conseguido clausurar el campo, y
astutamente lo han ido sustituyendo -y de tal forma y manera- que todo el mundo
(salvo unos pocos inteligentes), masiva y borreguilmente, pues ya se sabe: Vicente va a donde va la gente,
aquí a
todas horas, todos los días, en todos los medios: escritos, radiados,
televisados, etc.), no te hablan sino del solo tema de los campos de futbol (y
campos de otros deportes) y las incidencias en el mismo o de sus “camperos” o
“campesinos del césped”, ya sea natural o artificial, en los que hasta las más
insignificantes y bobaliconas incidencias, en sustitución o supresión del otro
campo o campos, los de cultivos de papas y coles, que nos los han cambiado por
los de penaltis y goles (para que rime). Y así, cuando del primero y del que fue
siempre, ni citarlo, de estos donde se grita de infarto, y porque -según la
psicología- no lo pueden hacer en casas, de desahogan en los de fútbol. Pero, lo
dicho el campo-campo llenándose de tabaibas, y otras malezas y basuras, y
llenando campos de fútbol, drogando y creando fanáticos en una nueva “religión”,
en el sentido de religar o unir al populacho dejada la azada y el pico, la jose
y el rastrillo, la horqueta y el arado, todo esto y más, lo han cambiado por
sentarse en unas gradas para vociferar de alegría o salir deprimidos y hundidos,
masoquistamente porque no se ganó y ni
siquiera se empató. Total, que campo por campo, este nuevo campo que no da
trabajo, ni comida sino a unos pocos, llenan las gradas, cuales circenses
esperando el comienzo y después del descanso la segunda parte. Es un hecho
constatable, sin más. Solo falta el escritor avezado, que no en dos cuartillas,
sino en un libro explique el fenómeno: cómo nos meten en estadios, cómo nos
hacen creer la trascendencia e importancia del juego del fútbol, cómo es ésta
una droga permitida y fomentada, cómo se calla al pueblo, que en lugar de pedir
y darles: justicia, comida, trabajo, dignidad, la vuelta al campo-campo, etc.,
los entretienen de forma continuada, reiterada, machaconamente, y tanto que otro
tema no hay de mayor importancia en medios de comunicación, como en toda
conversación que no sea de un tono más elevado, de lo que por lo general no se
sabe, y sí cuántos goles hizo don Fulano, el traspaso del mismo, el coste de su
incorporación, el nuevo entrenador, el esguince de este o aquél otro jugador,
etc., etc. Abogo, porque sin desaparecer los campos de fútbol y sus jugadas o
partidos en los mismos, se vuelva a los otros campos, aunque con ello, poco a
poco se vacíen los de césped, porque habrá que coger las cosechas a su tiempo, y
con el tiempo, el campo-campo, hará que los de fútbol o de césped, queden para
una minoría, que por diversas razones, deben seguir o quieran seguir (necesiten
como terapia), pero hablando de campos, sean los de cultivo y ganadería los
primeros, y luego en un muy lejos orden de primacía, los de fútbol y otros
deportes, pues al fin y al cabo, el deporte lo hacen unos pocos, que los otros
sentados lo miran, sufren y padecen, también lo gozan y hasta saltan de alegría,
pero más lo harían si cosecharan papas y coles, en lugar de fueras de juego, o
goles.
El Padre Báez.
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Unidos por una misma
preocupación
7. Estos aportes de los Papas
recogen la reflexión de innumerables científicos, filósofos, teólogos y
organizaciones sociales que enriquecieron el pensamiento de la Iglesia sobre
estas cuestiones. Pero no podemos ignorar que, también fuera de la Iglesia
Católica, otras Iglesias y Comunidades cristianas –como también otras
religiones– han desarrollado una amplia
preocupación y una valiosa reflexión sobre estos temas que nos preocupan a
todos. Para poner sólo un ejemplo destacable, quiero recoger brevemente
parte del aporte del querido Patriarca Ecuménico Bartolomé, con el que
compartimos la esperanza de la comunión eclesial
plena.
8. El Patriarca Bartolomé se ha referido particularmente
a la necesidad de que cada uno se arrepienta de sus propias maneras de dañar el planeta, porque,
«en la medida en que todos generamos pequeños daños ecológicos», estamos llamados a reconocer «nuestra
contribución –pequeña o grande– a la
desfiguración y destrucción de la creación»[14]. Sobre este punto él
se ha expresado repetidamente de una manera firme y estimulante, invitándonos a
reconocer los pecados contra la creación: «Que los seres humanos destruyan la
diversidad biológica en la creación divina; que los seres humanos degraden la integridad de la tierra y
contribuyan al cambio climático, desnudando la tierra de sus bosques
naturales o destruyendo sus zonas
húmedas; que los seres humanos contaminen las aguas, el suelo, el aire. Todos
estos son pecados»[15]. Porque «un crimen contra la naturaleza es un
crimen contra nosotros mismos y un pecado contra Dios»[16]. (de la encíclica de
Francisco Laudato si).
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