martes, 20 de noviembre de 2012

Encapullando

Encapullando:

Subir a Cazadores cada sábado para la Misa de las 5 de la tarde, es un placer, al margen de las vistas cambiantes de semana en semana; es como subir o ascender a otro mundo, por donde la agricultura y ganadería en sus restos, dio paso a los universitarios, sin que estos, hayan perdido la fe, y los anteriores, como es de suponer la mantienen y por ello, si hay una comunidad, donde niños, jóvenes, adultos y ancianos se dan la mano y el corazón, ese se da y sucede en dicho pago teldense, el más alto de dicha ciudad citada.

Que llegas media hora antes, para tocar a primera, y preparar desde la sacristía: libros, moniciones, vasos sagrados, etc., que aunque todo eso lo hacen los de liturgia, uno anda de por medio para precisar y para recibir a la feligresía, que ansiosa del encuentro, no se hacen esperar, sino que ya esperan al cura en la hermosa y gran plaza en la que ese rayito de sol, o al soco del viento y frío, habida cuenta que cuando frío, lo hace más dentro del templo que fuera, allí en torno a sendos bancos, unos sentados y otros en o de pie, se forman corros, de saludos, de bromas, de conversación, de reparto de ministerios, y es un hervidero al que se van incorporando gentes, que...

... venidas caminando unos, otros en coche todos se arremolinan en amena y distendida conversación, en las que se oyen términos en desuso, se rememora el pasado, se alterna con el presente, y parece no haber diferencias generacionales, salvo por las vestimentas, donde perdura en las señoras mayores el pañuelo a la cabeza según lo mas tradicional y costumbrero, con las gorras de los que entran con ellas a Misa, y hasta hacen de lectores sin quitárselas, y comulgan todos. Pero, volvamos a la plaza, donde a veces –como este sábado último- hay gente foránea que descansa el almuerzo en restaurantes famosos del lugar y que trascienden y reposan y contemplan el espectáculo de la incorporación de las distintos almas portando bolsas de comida para Cáritas parroquial, que por distintos caminos van llegando, y a aquí les quería traer, que...

... al llegar, reparo en dos motos de marca, y al fondo sendos moteros o motoritas, a los que saludo de lejos, y me preguntan por mi moto, entro y me revisto y salgo, y he aquí que sigue el riego procesional de los que van llegando y una mujer, que es un ángel -¡ya me entienden!- es de las primeras, que me besa y le digo: “¡vaya y besa a aquellos dos muchachos que están sentados allá!”, y allá que se va nuestro ángel y le estampa con sus más de cuarenta años llenos de inocencia, besos a los desconocidos moteros, que los aceptan dándose cuenta de dónde y de quién vienen sendos ósculos, que a pesar de la distancia dentro de la plaza hay comunicación y viendo llegar a tres abuelas, encorvadas por el peso de los cercanos noventa años, con sendos bastones, y conversando las tres, grito a los moteros...

... “¡ya sé a qué vienen aquí arriba, para ver a estas mozas, pues, fíjense qué ramo de flores (con referencia a las tres ancianas que se acercaban en amigable compañía y en animada charlatanería)!”, y una de ellas que se percató del piropo, sin más y como comentario, dijo: “¡Sí, encapullando!” Enseguida cogí un trozo de papel de la monitora que tomaba nota a las lecturas y escribí -para que no se me olvidara-, lo de “encapullando”. Y ahora recuerdo, que era término usado –por ejemplo-, para cuando los claveles a punto de echar el capullo, y dadas las primeras señales de los mismos, mi madre decía lo mismo, pero en este caso, tenía referencia a una juventud perdida, dicho con ironía y buen humor.

Pues dicho queda, acerca de un sábado cualquiera donde escenas y diálogos, conversaciones y cháchara llenas de buen humor y de hechos y tiempos idos, se rememoran dentro del mejor y mayor espíritu de hermandad y buena fe. Todo un espectáculo, digno de ser recogido por cámaras que solo enseñan lo que debieran ocultar, y callan, lo que se debiera –aún con cámara oculta recoger y mostrar, toda una vida perdida, que aún perdura en ese reducto que se llama y es Cazadores, lo más alto de Telde, y como le dijera al Señor Obispo cuando me confirmó a cuarenta jóvenes este verano, estamos, en lo que considero y es un reducto o reserva de vida espiritual cristiana, donde la hospitalidad, la fraternidad, y otros valores evangélicos de buenas costumbres y maneras...

... curioso ver llegar a ese señor mayor portando un ramo de flores, nada sofisticadas sino de las de su patio y pobreza mezcladas con las autóctonas y lugareñas; el pastor con su rebaño, lo más cercano al templo con la baifa llamada”la confirmada”, por ser la que se le regaló al Señor Obispo el día ya señalado; los niños que juegan al balón, las nubes tapando montañas y paisajes y dejándonos flotando o envueltos en lugares de fantasía y ensueño, el pleno -cuando un sacramento o aniversario- a rebosar de los que se suman de lejos volviendo a la patria chica, y llenado la plaza de una algarabía propia de quienes llevan tiempo sin verse y donde todos se conocen...

El Padre Báez, párroco afortunado.

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