domingo, 25 de noviembre de 2012

Como ya...

Como ya es costumbre...


... cuando venimos de un senderismo arqueológico, más arqueológico que senderismo, les cuento las incidencias del día o de la jornada. Acabo de llegar, por tanto bien de noche. Salimos a la hora anunciada (11,00), con la sorpresa de los que se incorporan –con pena manifestaban hubiera que esperar ahora hasta el 16 de Diciembre para la próxima, entonces les dije: “¡bueno haremos otra el 23!”, y se
 fueron felices- felices lo pasamos y hasta la bendición de la mesa en una gran cueva guanche, con hoyos en el suelo y brea en el techo, almorzamos-merendamos dada la hora, donde en común pasaban las tortillas, las cremas de berros (éstas las llevó un servidor), los zumos, bocatas de diversos condimentos (carne, chorizo, vegetales, etc.), etc. Es el caso, que la bendición fue en holandés y como es lógico no nos enteramos, solo sabíamos que antes de comer, rezábamos. Y ello, después, de compartir acceso y ascenso hasta el dichoso lugar hasta donde nos introducíamos dejando atrás oasis de frutales de toda clase y hortalizas, y después de intrincados senderos entre pitas, tajinastes, tabaibas (¡tabaibas casi no había ninguna!; ahora comprendo por qué están tan superprotegidas), que en llegando a las cuevas, la charla preceptiva de cara al grupo, luego la de las cuevas, y después la visita a las mismas, con resbalones, que no caídas, y ello con señoras y señores de más de 70 años, pero el que más culeteaba el suelo, era uno de los nuevos dícese un tal Abraham, que con 15 años, y físicamente normal, no me explicaba, hasta el final, el por qué de su andar serpenteando, que por lo demás eran todas caras de asombros, y de las que más la de Bertrám van...  (no sé qué), al ver cómo chiquillos de 12, de 14, de 15, de..., y hasta cerca de los 80, nos dábamos la mano, para sortear pasos, y sorprendidos  descubrir, maravillas nunca antes vistas, ni mostradas, ni informadas por nadie. Que a la vuelta y despedida caigo en al cuenta, que la mochila de Abraham, venía súper abultada, y le cojo el peso, y digo: “¿pero qué diablos traes aquí?”, y ya de vuelta, después de almorzar, pensé le habían gastado la broma de echarle piedras en la misma, por el superpeso que cargaba, y para mi asombro, descubro, que, aún, era, portador de: dos botellas de 2 litros cada una, de agua, cuatro zumos, un refresco de un litro, dos cantimploras, dos no sé qué con tortillas, otra con arroz, y paro de contar porque me da vergüenza seguir. Y claro, la novatada se paga, ya le dije que para la próxima -a la cual dijo no faltar por nada del mundo- vendría con el mismo peso que Eloisa, o Magdalena, que con el peso de los años, ya cargan bastante, y que con un bocata es suficiente, pues agua no falta en el camino, y con el compartir se completa lo que uno no lleva; pero, volvimos -el resto- con las mochilas vacías, pero el corazón rebosando, pues nos llenamos de tanto visto y aprendido, siguiendo lo que  se dijo, en el decálogo previo: 1 abrir los ojos a lo que no se ve, 2 no interesarse tanto en llegar como saber con quién vas de compañero, 3 hay que contemplar y descubrir personas de siglos atrás en aquellas huellas, 4 sorprenderse de lo hallado, 5 llegados al objetivo, hay que seguir, 6 cargarse de emociones, 7 ayudar siempre al que se queda atrás, es lo más importante del caminar, 8 buscar la verdad, la Historia, y ver en el camino a los que lo hollaron antes (recordado Cristo es nuestro camino, verdad y vida), 9 que además nos encontráramos  a nosotros mismos, y 10 que dejáramos un hueco para el silencio que es oración, o encuentro con Acorán (o Dios, que es el “Sustentador de todo” –en decir de los guanches- o Padre, que nos acompaña, ama y aguarda.

En fin que no es fácil expresar tantas vivencias, anécdotas, cómo reímos, charlamos, aprendimos, nos ayudamos, y al término del camino el agua, el agua y sus historias de medidas y simbolismo evangélico..., que no, que no es para contarlo, sino para vivirlo. Ahí queda a grandes saltos y sin orden, una experiencia difícil de olvidar. Alguien me preguntó: “¿y por qué su boina es amarilla?” Por si nos perdemos -le dije-, y porque en tanta oscuridad arqueológica y otras, quiero arrojar un poco de luz (el color amarillo). Cierto, que Abraham, no supo explicarnos qué era aquello: una era; tampoco supo explicar lo que era aquello otro (etnografía), un lavadero..., gracias a las señoras mayores supimos más; y gracias a los mayores, cantamos y recordamos más sobre personajes de segundo orden como cuando este segundo terminó en el cuartelillo, y el Roío que allí estaba,  le dijo, mirando en la oscuridad: “¿Ya caíste, ratón?”, pero ésta sería una de las mil y una aventuras contadas y seguidas en distintos grupos, pues, el grupo crece, se dilata, y cada vez, somos más...

El Padre Báez, como todos los demás, algo cansados, por la paliza.

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