Las tabaibas nos
fragmentan...
“... que no me atrapen como
leones y me desgarren sin remedio...” (del salmo
7).
... las tabaibas nos rompen, las tabaibas nos parten,
las tabaibas nos destruyen... Potenciemos el comercio propio, como en otros
tiempos, cuando éramos menos. Al presente, estamos deslocalizados. De consumo
local, ¡nada! Las tabaibas -como digo en
el título y repito- nos fragmentan, ¿Hay alguna sintonía entre las tabaibas y la
gente?
¿Qué recursos se siguen de la total y única plantación de tabaibas? ¿A
qué deriva nos llevan la masa de tabaibas que padecemos? ¿Dónde está la
centralidad de esta mala política: en las tabaibas o en la gente? ¿Qué recursos
se desprenden de las tabaibas (no se olvide -como tantas veces he dicho-, las
tabaibas alcanzan a otras basuras o malezas, como: retamas, beroles, escobones,
cañas, pitas, tuneras, zarzas, etc., etc.)? Sin recursos algunos, ¿qué proceso
habría que seguir? ¿De quién es el protagonismo (evidentemente de las tabaibas)? El centro
-está más que claro-, no es la persona, sino las tabaibas. Las personas, no son
el centro (se lo han usurpado las tabaibas). Esto, hay que revisarlo. No
desarrollamos, nuestras potencialidades (¡únicas y excepcionales a nivel
mundial!). Las tabaibas generan y extienden la situación de crisis que
padecemos, y que va a más, y a peor. Las víctimas de las tabaibas, son los
pobres, que crecen en la misma proporción que las mismas tabaibas (a más
tabaibas, más y más pobres). Las tabaibas -y quienes las mantienen (el cabildo
con su miedo y el sepro)- son las responsables de la situación actual. ¿No vamos
a transformar todo esto? Sabido es: que miedo ambiente, no dialoga (solo multan,
con gafas oscuras, policialmente). Miedo ambiente, se carga el medio ambiente
(el lugar, la isla). Miedo ambiente no tiene en cuenta la proporcionalidad de la
situación. Miedo ambiente no tiene relación con la gente. No hay diálogo posible
entre miedo ambiente y el pueblo. No hay ética en la relación, que por otra
parte, no existe...
El Padre Báez.
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66. Los relatos de la creación en el libro del Génesis
contienen, en su lenguaje simbólico y narrativo, profundas enseñanzas sobre la
existencia humana y su realidad histórica. Estas narraciones sugieren que la
existencia humana se basa en tres relaciones fundamentales estrechamente
conectadas: la relación con Dios, con el
prójimo y con la tierra. Según la Biblia, las tres relaciones vitales se han
roto, no sólo externamente, sino también dentro de nosotros. Esta ruptura es
el pecado. La armonía entre el Creador, la humanidad y todo lo creado fue
destruida por haber pretendido ocupar el lugar de Dios, negándonos a
reconocernos como criaturas limitadas. Este hecho desnaturalizó también el
mandato de « dominar » la tierra (cf.
Gn 1,28) y de «labrarla y
cuidarla» (cf. Gn 2,15).
Como resultado, la relación originariamente armoniosa entre el ser humano y la
naturaleza se transformó en un conflicto (cf. Gn 3,17-19). Por eso es significativo
que la armonía que vivía san Francisco de Asís con todas las criaturas haya sido
interpretada como una sanación de aquella ruptura. Decía san Buenaventura que,
por la reconciliación universal con todas las criaturas, de algún modo Francisco
retornaba al estado de inocencia primitiva[40]. Lejos de ese modelo, hoy el pecado se manifiesta con toda su
fuerza de destrucción en las guerras, las diversas formas de violencia y
maltrato, el abandono de los más frágiles, los ataques a
la naturaleza.
67. No somos
Dios. La tierra nos precede y nos ha sido dada. Esto permite responder a una
acusación lanzada al pensamiento judío-cristiano: se ha dicho que, desde el relato del Génesis que invita a «
dominar » la tierra (cf. Gn
1,28), se favorecería la explotación salvaje de la naturaleza presentando
una imagen del ser humano como dominante y destructivo. Esta no es una correcta
interpretación de la Biblia como la entiende la Iglesia. Si es verdad que
algunas veces los cristianos hemos interpretado incorrectamente las Escrituras,
hoy debemos rechazar con fuerza que, del hecho de ser creados a imagen de Dios y
del mandato de dominar la tierra, se deduzca un dominio absoluto sobre las demás
criaturas. Es importante leer los textos
bíblicos en su contexto, con una hermenéutica adecuada, y recordar que nos invitan a «labrar y cuidar» el jardín
del mundo (cf. Gn 2,15). Mientras «labrar» significa cultivar, arar
o trabajar, «cuidar» significa proteger, custodiar, preservar, guardar,
vigilar. Esto implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser
humano y la naturaleza. Cada comunidad
puede tomar de la bondad de la tierra lo que necesita para su supervivencia,
pero también tiene el deber de protegerla y de garantizar la continuidad de su fertilidad
para las generaciones futuras. Porque, en definitiva, «la tierra es del
Señor » (Sal 24,1), a él
pertenece « la tierra y cuanto hay en ella » (Dt 10,14). Por eso, Dios niega toda
pretensión de propiedad absoluta: « La tierra no puede venderse a perpetuidad,
porque la tierra es mía, y vosotros sois forasteros y huéspedes en mi tierra »
(Lv
25,23). (Laudato si: encíclica de
Francisco).
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