Análisis tabaibero...
“... no os encerréis en vuestros intereses... sino en el
de los demás...” (de la carta de san Pablo a los Filipenses 2, 2-4)./ “... que... cambie nuestra suerte...”
(del salmo 125)./ “... tan cobarde
de cerca y tan valiente de lejos... no pienso echarme atrás... en campo ya
labrado...” (de la segunda carta de san Pablo a los Corintios 10, 1-11,
6)./ “... se obstina en el mal
camino...” (del salmo 35)./ “... que
me asaltan... que me cerca... agazapado...” (del salmo 16)./ “... el cansado labriego... de la dura
fatiga...” (del himno de Vísperas del miércoles
I).
... ciertamente, no me engaño, acerca de la poca
resonancia que el tema tabaiberil tiene en el ámbito público y político. Pero,
hay y le tienen un respeto, ¡al menos! ¡Mira que aporto motivos para el
compromiso! Pero, hace falta un programa (y no existe tal).
Hace falta
sensibilidad (la que no se tiene), ante la pobreza que generan las tabaibas (o
lo que es lo mismo: exclusión social, por ellas). Por ello, hay un gran
sufrimiento. Noto las conciencias aletargadas, respecto a la pobreza que generan
las tabaibas, y sobre la misma pobreza en sí. Pues, las desigualdades van en
aumento. Y es falsa la mejora económica que nos dicen que hay. Hay que leer con
realismo la actualidad, más allá de los campos de fútbol; hay que analizar la
realidad y los factores que actúan sobre ella. Y para nuestra desgracia, no hay
propuestas al caso o situación. Y eso que la realidad social nos interpela (si
escuchamos). Repito: crecen las desigualdades, y con ellas, la pobreza. Hay que
mirar la realidad con realismo. La pobreza alcanza ya al mundo rural; y éste, es el
rostro más duro de la pobreza. La corrupción, el empobrecimiento ético,
cultural, espiritual... Hay y tenemos crisis, más allá de lo económico. Hay
crisis de fe en lo social y en lo
político. Se niega la primacía del hombre, del ser humano. La política, es la
culpable, por la corrupción. Lo político, ha de buscar el bien común, ¡y qué
lejos anda de ello!
El Padre Báez.
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70. En la narración sobre Caín y Abel, vemos que los
celos condujeron a Caín a cometer la injusticia extrema con su hermano. Esto a
su vez provocó una ruptura de la relación entre Caín y Dios y entre Caín y la
tierra, de la cual fue exiliado. Este pasaje se resume en la dramática
conversación de Dios con Caín. Dios pregunta: «¿Dónde está Abel, tu hermano?».
Caín responde que no lo sabe y Dios le insiste: «¿Qué hiciste? ¡La voz de la
sangre de tu hermano clama a mí desde el suelo! Ahora serás maldito y te
alejarás de esta tierra» (Gn
4,9-11). El descuido en el empeño
de cultivar y mantener una relación adecuada con el vecino, hacia el cual tengo
el deber del cuidado y de la custodia, destruye mi relación interior conmigo
mismo, con los demás, con Dios y con la tierra. Cuando todas estas
relaciones son descuidadas, cuando la justicia ya no habita en la tierra, la
Biblia nos dice que toda la vida está en peligro. Esto es lo que nos enseña la
narración sobre Noé, cuando Dios amenaza con exterminar la humanidad por su
constante incapacidad de vivir a la altura de las exigencias de la justicia y de
la paz: « He decidido acabar con todos los seres humanos, porque la tierra, a causa de ellos, está llena de
violencia » (Gn 6,13). En
estos relatos tan antiguos, cargados de profundo simbolismo, ya estaba contenida
una convicción actual: que todo está relacionado, y que el auténtico cuidado de
nuestra propia vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de
la fraternidad, la justicia y la fidelidad a los
demás.
71. Aunque «la maldad se
extendía sobre la faz de la tierra» (Gn 6,5) y a Dios «le pesó haber
creado al hombre en la tierra» (Gn
6,6), sin embargo, a través de Noé, que todavía se conservaba íntegro y
justo, decidió abrir un camino de salvación. Así dio a la humanidad la
posibilidad de un nuevo comienzo. ¡Basta
un hombre bueno para que haya esperanza! La tradición bíblica establece
claramente que esta rehabilitación implica el redescubrimiento y el respeto de los ritmos inscritos en la
naturaleza por la mano del Creador. Esto se muestra, por ejemplo, en la ley
del Shabbath. El séptimo
día, Dios descansó de todas sus
obras. Dios ordenó a Israel que cada séptimo día debía celebrarse como un día de
descanso, un Shabbath (cf.
Gn 2,2-3; Ex 16,23; 20,10). Por otra parte,
también se instauró un año sabático para
Israel y su tierra, cada siete años (cf. Lv 25,1-4), durante el cual se daba
un completo descanso a la tierra, no se sembraba y sólo se cosechaba lo
indispensable para subsistir y brindar hospitalidad (cf. Lv 25,4-6). Finalmente, pasadas siete
semanas de años, es decir, cuarenta y nueve años, se celebraba el Jubileo, año
de perdón universal y «de liberación para todos los habitantes» (Lv 25,10). El desarrollo de esta
legislación trató de asegurar el
equilibrio y la equidad en las relaciones del ser humano con los demás y con la
tierra donde vivía y trabajaba. Pero al mismo tiempo era un reconocimiento
de que el regalo de la tierra con sus
frutos pertenece a todo el pueblo. Aquellos que cultivaban y custodiaban el
territorio tenían que compartir sus frutos, especialmente con los pobres, las
viudas, los huérfanos y los extranjeros: «Cuando coseches la tierra, no llegues
hasta la última orilla de tu campo, ni trates de aprovechar los restos de tu
mies. No rebusques en la viña ni recojas los frutos caídos del huerto. Los
dejarás para el pobre y el forastero» (Lv 19,9-10). (de Laudato si: la encíclica de
Francisco).
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