viernes, 6 de julio de 2018

De extinción, mis amigos.
 
De extinción, mis amigos. De extinción mis amigos –junto con la ganadería y la agricultura-, el silbo del pastor, ya no se va a volver a oír o escuchar posiblemente a este paso, en breve; es que no va a haber ni quien sepa silbar; pero más triste va a ser todavía, no ver a esas cabras y ovejas, con sus cencerras, marcando más que el paso, la música bucólica que mejor exista, y que ningún músico fue capaz de llevarla al pentagrama –y menos interpretarla-, y director de música no hay que pueda dirigir mejor orquesta o banda, pero lo que sí va a ser triste y más, es que veamos secarse el pasto -antes hierba fresca y verde-, que no hay cabra u oveja que se la coma, y con las probabilidades –o posibilidades- de, que se la coma el fuego, ¡Dios nos libre!, que como hemos visto, más allá de quemar pinos que vuelven a retoñar, se cobra vidas humanas, entre otras muchas y variadas desgracias, y todo por un cabildo que en lugar de proteger al pastor y a sus cabras, el ejemplo que da matándolas a tiros en el Macizo del Noroeste, es todo un grito salvaje, que acaba con lo mejor de la ganadería o fauna mundial: la cabra canaria, de un pedigrí de más de 3.000 años, y que pasa por ser la cabra mejor del mundo, cuyas características de su leche por repetido, no lo voy a reseñar de nuevo, pues todo el mundo lo sabe, y es del todo incomprensible, y un acto desdeñable y de imposible catalogación, que quien debiera protegerlas, las extermina, y con ello lo que con ello conlleva: toda una tradición, una economía, una sabiduría, una vida,  de leche anticancerígena, la Historia, etc., que no se concibe –esta última citada- ni se puede relatar o contar la misma (nuestra Historia), sin las cabras, pues ellas, han sido nuestras “madres”, y del fruto de sus ubres todos los nacidos en el archipiélago canario, nos hemos criado o alimentado de sus leches, que directa o pasando la misma a nuestras madres, las hemos tomado todos, y ya solo por eso (o por ello), antes de pegar un solo tiro más a una sola cabra libre, debiera caérsele al suelo y hacérsele añicos la escopeta, pues no es de recibo, matemos –nos maten- a las que han sido nuestra madre o matriz, alimento y vida. Este pueblo nuestro, si calla y no se manifiesta en contra de este atropello sin igual, es igualmente culpable, pues según el dicho o refrán, tanta culpa tiene el que mata o roba, como quien ayuda a ello, y pudiera ser nuestra la culpa, si callamos y lo permitimos; de ahí, que –pido o solicito- se sumen otras voces, otros escritos, y se multiplique este mismo u otros de un servidor, para evitar la mayor catástrofe de la Historia, dándole difusión lo más posible, para que llegue a todos sin excepción.
 
El Padre Báez, Pbro. 06-07-18
 

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