A pesar de las advertencias previsibles de una elevada temperatura (37º), cuando comenzamos la marcha -ayer día 16 de Agosto-, y junto al mar (por donde la machacadora del sur), contábamos 41º, pero avezado uno a estos y otros calores mayores y pertrechados de agua, ligeros de equipaje y cubierta la cabeza, y a lo beduino, nos hicimos hacia las alturas, y ello por las lomas y crestas de la margen derecha de Barranco Hondo, por donde un sol que rajaba las piedras, nos abrazaba, y tal fue el miedo de los amigos de caminar -los senderistas-, que no vimos a nadie, ni con nadie nos cruzamos en jornada que comenzamos a las 13,30 y acabó a las 21,30 con el preceptivo baño reparador, para quitar sudor y polvo, y desde allí a la Guardia Civil; pero antes, les cuento: llegados a los Arcos del Coronadero, a sus sombras descansamos y disfrutamos de las torretas que en apretada aguja pétrea se enseñorean cuales almenas de un castillo inexistente, ¡honrando sabe Acorán!, qué gestas, y personajes de la Historia olvidada.
Precisamente, íbamos comentando lo que la prensa (y mis compañeros habían visto por televisión [un servidor hace más de medio año no la ve]) sobre aquel padre que con su hijo por Tauro, encontró sendos huesos de guanches, y bla, bla, bla... (¡quién nos iba a decir, íbamos a ser protagonistas de similar hallazgo!), que seguimos ya refrescados y descansados de una subida o ascenso altamente calurosa..., y al proseguir, indagando antiguas viviendas de los guanches, entrando y saliendo de varias cuevas, con enlosados, paredes de cuya perfección nos asombrábamos, todas ellas con la huella indeleble de sus moradores, al tener todas la marca imborrable de la brea en sus techos y fondos de paredes, henos ante la sorpresa: detrás de un corral de nuestros antepasados, y frente a sus casas, encima de una de ellas el covacho profundo, estrecho y bajo, al fondo: el cadáver de un menor. Allí estaba, con su cráneo, mandíbula, columna vertebral, costillas, etc.
Ocurría esto entre el lugar señalado y La Montaña de las Tabaibas, en barranco que los separa, en su margen izquierda...
Al margen de lo que digan los profesionales de la arqueología, después de la visita con orden judicial e inspección de la Policía, un servidor arriesga teoría u opinión: sabido por todos es, que los pastores, en épocas de hambruna, con tal de hacerse con algún dinero, para remediar sus pobrezas, vendían cadáveres, momias, huesos, esqueletos de los guanches, que como conocedores de riscos, cuevas y barrancos, los extraían y son los que hoy llenan museos del mundo, y los que más fueron triturados, y su polvo en pócimas y cremas, eran consumidos y huntados, con la creencia de que al comerlos, el que esto hacía se apropiaban de las cualidades de los guanches: serían como ellos fuertes y hermosos, con la belleza y energía que éstos poseían, y tanta que la resistencia de casi un siglo, frente a los invasores, les hicieron héroes y por escribir, las páginas más hermosas de la Historia de la Humanidad, que -y vuelvo a nuestro hallazgo- al tratarse de un menor, lo dejaron atrás, y así lo prueba, que su cueva mortuoria, estaba abierta, pero que a pesar de los siglos, sus moradores hasta tal vez los años 40-50 del siglo pasado, respetaron aquellos huecesillos, de un niño guanche, que les harían de “ángel de la guarda”, hasta que descubiertos ayer por un joven arquitecto, seguido se un trabajador de Banco, un estudiante de Teología y un servidor, han sido desvelados, e informada la Guardia Civil, y en ello estamos...
Resultado feliz, de un puente agotador, en el que entre los días 14, 15 y 16, tuve que celebrar catorce Eucaristías (Misas), y ese día de descanso, nos deparaba la maravillosa sorpresa de lo contado.
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