domingo, 14 de agosto de 2011

Benedicto XVI, nos trae la tradición


De entrada, la tradición, es un hecho que sucede u ocurre en todas las sociedades. De ella depende la continuidad, siempre que se transmita en forma estable. La Biblia, sin la tradición, no sería la Biblia.

En cuanto a lo religioso, se trata de transmitir un depósito sagrado. Y el mismo, asegura la continuidad espiritual desde los patriarcas. Su origen, es divino. Se trata de una revelación dada a Israel por los enviados de Dios; por tanto, dadas en nombre de Dios. Lo cual da estabilidad y al mismo tiempo un progreso, en la medida que hay nuevos enviados que completan,  según la marcha de la Historia.

La tradición tienen sus modos: la literaria los expresan; pero según géneros y según ambientes y culturas. El punto de partida, es siempre oral, y luego nacerán los textos escritos, y así las tradiciones, forman la Sagrada Escritura, compuesta bajo la luz del Espíritu Santo.

De ahí, que tradición y Escritura, sean inseparables. Más aún al lado de la Escritura, subsiste la tradición, junto al libro. Es una verdadera técnica de transmisión, legado que se le añade a las Escrituras, aunque no con la misma autoridad.

Jesús, no cuestiona lo esencial de la tradición (leyes y profetas), aunque pone en tela de juicio otras; y es Él mismo, quien se pone como modelo de una nueva tradición de lo que se ha de repetir.

Y así, en la Iglesia se comprueba la existencia de esta tradición. Y esta tradición consiste tanto en actos como en palabras. Y así los Evangelios, no hacen otra cosa que consignar por escrito una tradición ya existente. Y paralelo a ello, la Iglesia conserva gestos y costumbres dejados por Cristo y practicados por los apóstoles.

Es decir: de la tradición se pasa a la Escritura. Son los apóstoles los que la trasmiten, pues la recibieron en persona; de ahí otros la reciben de los apóstoles y a los que ellos confían la autoridad en las comunidades.

Tradición pues, nacida de Cristo, y desembocada en la Escritura; si con anterioridad se contaba con la autoridad de los enviados por Dios, ahora se funda en la autoridad de Cristo. La tradición apostólica conserva la impronta de Cristo. Y, cuando no se tiene la palabra precisa de Cristo, un apóstol emite un parecer personal para resolver un problema práctico, al tener el pensamiento de Cristo. Ya que el Espíritu de Cristo resucitado mora en los suyos, para enseñar y guiar a la verdad (estos son los presupuestos, que acompañan al Santo Padre, y con esta perspectiva, se le espera). Por tanto, no hay diferencia entre la autoridad de Cristo y la de sus apóstoles (“... el que les escuche, me escucha; el que les rechace, me rechaza...”).

Quede claro, que entre  la tradición apostólica y la tradición de la Iglesia, no solo no hay oposición, sino que muy al contrario, se trata de una continuidad real.

Si bien a la Iglesia le toca, conservar esa tradición, cuya norma ya dejó fijada su Señor, le toca guardar este depósito. Depósito, que es la tradición apostólica. Por tanto, no puede recibir elementos nuevos. La revelación, quedó cerrada. Otra cosa es, que la Iglesia explicite (y explique) las virtualidades contenidas en ese depósito.

Con el testigo de la tradición, que es la Escritura, se ha de conservar ese depósito apostólico; pero no todo el depósito, quedó consignado explícitamente en la Escritura..., pues el Espíritu obra en la Iglesia: el comprender inteligentemente la profundidad de lo inspirado, no quedó escrito; por eso, esa palabra no escrita, es también palabra viva de Jesús.

Añadamos, que esa tradición  de la Iglesia, se transmite a una sociedad (no colectividad) estructurada y jerárquica; y esto, no es ciertamente, una organización humana, sino el cuerpo de Cristo, que gobernado por el Espíritu, tiene en cuenta las funciones de gobierno perpetuado  a través de los siglos, al igual que a los apóstoles, con la autoridad correspondiente.

Consta en la misma Escritura, que no es ella, la única depositaria de la tradición (no hacen falta citas, que pueden cansar); ya que el mismo que inspiró la Escritura, sigue asistiendo e inspirando.

Quede sentado que: la tradición de la Iglesia, evoluciona en sus formas y a pesar de ello conserva el depósito apostólico, adaptando su presentación a las distintas épocas...

Recomiendo se vuelva a leer este comentario, más de una vez, pues la comprensión de este tema, hubiera ahorrado a muchos la segregación de cuantos se han separado de la Iglesia, y van a la deriva.

El Padre Báez, que pide nuevamente disculpas por lo denso y amplio del tema, pero no hay -o no se- simplificarlo y abreviarlo más, cuando es algo harto complejo, y propio de alta Teología, que se ha de divulgar.

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