Esa que hace volar desde los últimos rincones del mundo hacia Madrid a millones de jóvenes. Son herederos de la de Abraham, el padre de todos los creyentes Hoy, son los discípulos de Jesús, los nuevos y actuales creyentes. Son los del amén, que significa; seguridad, confianza y solidez, y así se acercan a realidades que no se ven.
Los hay que no sirven a otros “dioses”, sino que creen en Dios. Son jóvenes cuyas existencias giran en torno a Dios y su Iglesia. Han descubierto al verdadero Dios y le siguen. Son chicos y chicas que se mantienen firmes (sin cambio), seguros, en lo cierto y verdad. Son obedientes a la palabra de Dios, a quien escuchan, y viven acorde a la misma; son miembros del pueblo de Dios (la Iglesia). Son como el nuevo pueblo en la travesía del desierto (hoy por aviones y barcos, trenes y autos camino o rumbo a Madrid).
Son el nuevo Éxodo, confesando la fe, para celebrar una gran Fiesta: el encuentro con el Santo Padre. De paso denuncian la idolatría reinante y sufren dificultades; son heraldos de la fe, amenazados por los sin fe o “fe” desviada. Pero ellos, vienen seguros a la “roca”. No oyen esos gritos de los falsos endurecidos sin fe. La base de sus vidas está puesta en Dios, y se mantienen inquebrantables. Así, la verdadera fe es probada. Y así la fe irradia alegría y gozo.
Caminan hacia la reunión de los creyentes, con confianza y contando con Dios, que les acompaña y les está muy cerca. La fe de los nuevos justos perseguidos, pero seguros en Dios. Y saben que por encima de toda prueba, Dios les aguarda a pesar de las persecuciones, las que afrontan con profundización en Dios, ausente para los que los persiguen.
Vienen a alimentar la fe; y escriben una nueva página de la Historia de la Iglesia, el pueblo de Dios, para vergüenza de los que no creen en Dios, no faltando algunas conversiones ante testimonios tan sencillos como profundos (¡admirables!).
Persecuciones -como en los veinte siglos, y hasta el final de los tiempos-, que solo consiguen dar más fuerza y victoria. Son fieles a Dios, y perseveran. No sucumben a pesar de las amenazas y burlas.
El mismo Dios los guía. Es, la fe de los pobres. Los que acogen, como María a Dios, y como Ella, se ponen en camino. No están ni vienen con ellos, los soberbios y rebeldes, son los que escuchan la palabra de Dios y de su vicario; son los discípulos de Jesús, en prueba, y escándalo para tantos. Son un milagro, que los une, en torno a Jesús y el Papa.
Emprenden un largo camino, para perfeccionar la fe; para obedecer, para mostrar una confianza ciega en Dios.
Son la fe de la Iglesia. Dan ese paso como testigos de la fe; proclaman libremente la fe y la comparten confesando la fe en Jesús y en la escucha de su palabra expuesta por un testigo muy cualificado (Benedicto XVI): el Papa. Un mensaje transmitido según la tradición, enseñanza actualizada de la palabra de Dios (Uno y Trino).
Vienen trayendo ese tesoro que es la fe: sabiduría de Dios (¡tan distinta a la humana!). Vienen como bautizados a participar en la magna liturgia de la Iglesia, en la que confían absolutamente.
Cierto, la fe es un don de Dios que poseen, porque la han pedido y cuidado. Cierto, se trata de la fe tradicional de la Iglesia, que confiesa a Jesús, y la siguen proclamando estos millones de jóvenes que se mantienen fieles a la Iglesia única de Jesús.
El Padre Báez, que ve en este encuentro JMJ en Madrid, el triunfo de la fe.
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