domingo, 27 de mayo de 2012

La Confesión

La Confesión:

Por supuesto, el secreto de confesión, me impide descubrir nada que ningún penitente haya confesado, ni es esa mi intención. Simplemente, que en las confesiones, ocurren cosas graciosas a veces. Siempre ocurre, la gracia santificante, la presencia de Dios, el perdón. Pero tampoco va por ahí, lo que les quiero contar.

Que, con motivo de las primeras confesiones, las que preceden a las primeras comuniones, son muchos los padres, que por aquello de acompañar al hijo en la recepción de ambos sacramentos, se acercan al confesor, y ello casi siempre en este orden: primero la chiquillería, y luego los padres. Y fue el caso, que...

... ya dije no voy a contar pecado alguno, tampoco el lugar, nada de la fecha, y menos algo sobre el penitente. Que antes, había confesado a la niña (a la hija), que en estas edades, salvo algunas desobediencias, enfados con sus compañeros, y poco más, a no ser que no vengan a Misa, y no recen, que practicante, no hay materia que perdonar, pero es un inicio y comienzo de una práctica que irá a  más, según vayan creciendo, si no se retiran (y que al fin, se van y vuelven)...

... que le tocó el turno al padre, y la chiquilla, que lo miraba, con regocijo, se sonría, viendo al padre confesarse –cosa que el padre no, porque la tenía a su espalda- y he aquí, que se produce el incidente: la niña, que quiere ayudar a su padre –y conste, que éste, estaba haciendo una muy buena confesión (hacía algún tiempo no lo hacía, pero no faltaba a Misa nunca –salvo fuerza mayor- que rezaba su rosario –diariamente-, me dijo que, mientras conducía camino a su trabajo; que con todo el mundo se llevaba bien, a nadie odiaba, que cumplía con su trabajo y su familia, y en esto-...

... salta la chiquilla, que se nos acerca, y me dice –acusando a su padre-: “¡y dice palabrotas!” Y tanto su padre, como el Padre Báez (un servidor), reímos la intromisión de la niña, que quería asegurarse, su padre se confesaba bien.

Pues, solo eso, que me hizo gracia, que en la búsqueda de la gracia, esta niña, fuera motivo de algo simpático. Por supuesto, no le dije a la niña, que decir palabrotas, no es pecado, pero..., me figuro, su padre lo hará, y si no, ¡tiempo al tiempo! Todavía recuerdo, que de niño se nos decía confesáramos el haber dicho: “¡coño!”, cual si fuera pecado. Y ¿cómo no recordar y olvidar a aquel otro niño, que comenzó su confesión, sin más preámbulo, que decir: “¡cabrón, hijo de puta, maricón, me cago en tu madre...!”, y parándolo le pregunto: “¿y por qué me insultas?, ¿todo eso soy yo?” Y me aclaró, -entre otras lindezas- estas son las palabrotas que él decía y se las estaba confesando...

El Padre Báez, que no tiene que absolver estas faltas veniales, si es que con ello se falta a la caridad, pero si son expresiones, pues como que no...

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