domingo, 6 de mayo de 2012

El Museo de...

El Museo de Francisco:

Por supuesto, no es un Museo como tal, ni pensado para abrirlo al público, y es una grandísima pena, porque Francisco, que tiene una novilla, cuando antes tenía vacas, cabras, cabrones, baifos, ovejas..., ahora se ha quedado con unas gallinas, y sin toro, para su becerra, con lo que tendrá –eso me dijo- avisar a la veterinaria (para la inseminación artificial)-. Y es el caso, que el pajar vacío, y comida fresca y verde, autentica golosina par a su único animal mayor, si descontamos perros, gatos y los pájaros sueltos, que le gorjean y pone notas a su soledad.

Que el bueno de Francisco, en una cueva que hizo, con recto excavadora, ¡un auténtico palacio bajo o dentro de la tierra!, donde: cocina, comedor, sala de estar, dormitorios, baño, despensa (¡al fondo de todo, que hace de nevera, y garaje, donde dos coches), y en sendas paredes, cuantos aperos y otros útiles han quedado en desuso, y que a un servidor le maravilló, ver tanto y tan variado y que en mi infancia y juventud, los usaba y conocía todos, y aún persisten en esa cueva ignorada y apartada, donde Dios quiera nadie los saque y en su día pueda ser expuesto tantísimo material y documentación etnográfica.

Temo meterme en una lista, por no poner -¡imposible!-, cuanto hay o tiene, y así (de lo que me acuerdo y más me maravilló o sorprendió): seasos, cilindros,  lecheras, queseras, cesta de mimbre, cesto de caña, medidas, bardes metálicos o de latón, yugos, arados, aguijadas, joses, cencerras, cabrestos, albarda, etc., etc. Y tanto, que no cabría aquí, y por eso, lo dejo con lo dicho, pero salí con pena de aquella cueva, que en otro tiempo fue casa, donde nació un pastor muy popular de nuestra isla (y que por mor de preservar dicho tesoro, no doy nombres ni lugar), que vive aún y es todo un poema.

El lugar, un autentico paraíso, donde en otro tempo, las tuneras para comida de las personas y de los animales, donde sigue cogiendo pitas para su ya único rumiante, donde las higueras (una muchas veces centenaria), los almendreros..., y tanto más: las papas, el agua en estanques o/y aljibe, los caminos cubiertos de maleza, el silencio ensordecedor, salvo el canto de los gallos. Un mundo perdido, con la historia colgada en las paredes...

El Padre Báez.

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