Nos falta ruralidad, sobra tanto
urbanismo.
Nos
falta ruralidad, sobra tanto urbanismo. Se acaba la vida en el campo.
Se acaba con la hospitalidad campesina. Ya, no se mojan y barren los patios, se
llenan de maleza y de basura. Perdemos las tradiciones. ¿Dónde quedó la vieja
cocina con los fogales? ¡Y aquellas cogidas de papas! Sin olvidar la matanza del
cochino. Los niños, no éramos explotados, simplemente aprendíamos de todo.
¿Acaso había algo más bonito que la gallina con sus pollitos? Y los Domingos,
todos íbamos a Misa. El canto del gallo, nos despertaba. Y las hogueras por san
Juan y otras (y saltar sobre las llamas y azar piñas en las cenizas). La tierra
nos daba la comida. En las casas había paz. Se sembraba, se cosechaba. La
centralidad de los abuelos. Rodeados de diversos y variados pájaros. Y andaba el
arriero. Éramos felices. ¡Y aquellos potajes! No había hambre. La escuela estaba
bien lejos, e íbamos. El aire era fresco, puro, limpio. Conocíamos bien el uso
de la azada, y de la horqueta, y... Buscábamos nidos. Merendábamos gofio con
azúcar. El pan era pan. Los muy sabrosos higos (antes las brevas). Para el
descanso, la sombra. Éramos libres...
Lo que es al
presente, nos lo pone el amigo y abogado Don Juan Francisco
Ramírez:
Estimado Padre Báez, en su reflexión última,
sobre las plantaciones de árboles frutales en Canarias, al respecto, me trae a
la memoria aquel sabio refrán: "Una imagen vale más que mil palabras". Aquí dejo
una que, tristemente, representa y podríamos preguntar: ¿parte de las actuales
plantaciones de las siembras en Canarias? Todos contentos, y felices amantes del
turismo y la naturaleza; por supuesto, queda el balón pie, las carnestolendas;
¡ah!, y, no olvidemos la última conquista, es decir, la bonificación del 75 %
para viajar (aunque muchos canarios vivan gracias a las ayudas de Cáritas). La
isla de Tamarán, una isla que late de dolor. ¡Qué
dislate!
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