De extinción, mis
amigos.
De extinción, mis
amigos. De extinción mis amigos –junto con la ganadería y la
agricultura-, el silbo del pastor, ya no se va a volver a oír o escuchar
posiblemente a este paso, en breve; es que no va a haber ni quien sepa silbar;
pero más triste va a ser todavía, no ver a esas cabras y ovejas, con sus
cencerras, marcando más que el paso, la música bucólica que mejor exista, y que
ningún músico fue capaz de llevarla al pentagrama –y menos interpretarla-, y
director de música no hay que pueda dirigir mejor orquesta o banda, pero lo que
sí va a ser triste y más, es que veamos secarse el pasto -antes hierba fresca y
verde-, que no hay cabra u oveja que se la coma, y con las probabilidades –o
posibilidades- de, que se la coma el fuego, ¡Dios nos libre!, que como hemos
visto, más allá de quemar pinos que vuelven a retoñar, se cobra vidas humanas,
entre otras muchas y variadas desgracias, y todo por un cabildo que en lugar de
proteger al pastor y a sus cabras, el ejemplo que da matándolas a tiros en el
Macizo del Noroeste, es todo un grito salvaje, que acaba con lo mejor de la
ganadería o fauna mundial: la cabra canaria, de un pedigrí de más de 3.000 años,
y que pasa por ser la cabra mejor del mundo, cuyas características de su leche
por repetido, no lo voy a reseñar de nuevo, pues todo el mundo lo sabe, y es del
todo incomprensible, y un acto desdeñable y de imposible catalogación, que quien
debiera protegerlas, las extermina, y con ello lo que con ello conlleva: toda
una tradición, una economía, una sabiduría, una vida, de leche anticancerígena,
la Historia, etc., que no se concibe –esta última citada- ni se puede relatar o
contar la misma (nuestra Historia), sin las cabras, pues ellas, han sido
nuestras “madres”, y del fruto de sus ubres todos los nacidos en el archipiélago
canario, nos hemos criado o alimentado de sus leches, que directa o pasando la
misma a nuestras madres, las hemos tomado todos, y ya solo por eso (o por ello),
antes de pegar un solo tiro más a una sola cabra libre, debiera caérsele al
suelo y hacérsele añicos la escopeta, pues no es de recibo, matemos –nos maten-
a las que han sido nuestra madre o matriz, alimento y vida. Este pueblo nuestro,
si calla y no se manifiesta en contra de este atropello sin igual, es igualmente
culpable, pues según el dicho o refrán, tanta culpa tiene el que
mata o roba, como quien ayuda a ello, y pudiera ser nuestra la
culpa, si callamos y lo permitimos; de ahí, que –pido o solicito- se sumen otras
voces, otros escritos, y se multiplique este mismo u otros de un servidor, para
evitar la mayor catástrofe de la Historia, dándole difusión lo más posible, para
que llegue a todos sin excepción.
El Padre Báez, Pbro.
06-07-18
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