La isla se nos parte en
dos.
La isla se nos parte en
dos. Hasta hace poco, era un todo, distinto, variado, mezclado, y había
campo y ciudad; pero, al presente -y camina hacia el futuro- la isla se nos
parte o divide. Imagine el lector, la isla en relieve, y trace una línea por la
mitad, con lo que quedan clara las dos mitades, la de las cumbres o alturas
(entiéndase el campo), y la otra por la periferia y cerca de la mar, más o
menos, cargada y a reventar. Es decir, se nos baja hacia la costa o ciudades y
grandes poblaciones, los que antes vivían en los pueblos del interior, con lo
que visitar algunos de estos, y más sus barrios, nos parecerá estar en un lugar
fantasmagórico, donde no se ve un alma y si la hubiere, se trata de algún
anciano, de los pocos que quedan y porque no tiene medios de bajarse, sigue
donde ya se ha quedado sin vecinos, y en soledad. Y es este un retrato de la
sociedad canaria, que no es sino la muerte, porque una parte por vacía, y la
otra por superpoblada, en ninguna de las dos ya hay vida normal, porque en la
parte de arriba o superior, ya no hay vida, y en la costa y sus aledaños, vivir
así, amancebados, emborregados, amontonados, ¡eso no es vida! Y menos cuando ya
del campo, como antes, ya no baja nada, cuando en otro tiempo, los camiones
surtían los mercados y las tiendas y hasta el puerto para su embarque o
exportación, pero quedándose el campo o las alturas (entiéndase el interior)
vacío, desaparece el factor humano y sus trabajos, es decir agricultura y
ganadería. Sabido es cómo el cabildo mata las cabras y lo llena todo de pinos,
así toda vez que esto vuelva atrás, cosa difícil y casi imposible, no habrá
donde poner un cantero de papas, y no habrá sitio donde amarrar una cabra,
porque si se suelta, ya sabemos la suerte que le espera. Y, la verdad, que uno
sueña, con que se vuelva al campo, pero..., no parece se vea el inicio, sino
todo lo contrario, pues muriendo los pocos que aún persisten en el mismo,
muriendo digo los pocos que quedan, el campo queda vacío. Con lo que amontonados
en la ciudad, y metidos todos en asuntos futboleros, como no nos traigan la
comida -–mala y que nos enferma y mata- de fuera, morimos antes. De hecho, el
campo, si no muerto, está moribundo, esta dando los últimos esténtores, y ante
esta situación, en lugar de favorecer la defensa y el que se siga en el campo,
miedo ambiente multa a todo aquel que se mueva en el mismo, con lo que en lugar
de defender la vida campesina, el propio cabildo está acabando con ella, y al
fin toda la isla coronada de pinos, sin una cencerra de cabra alguna, y toda la
población unos encima de otros, urbanizados.
El Padre Báez, Pbro.
16-07-18
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