Por entre pinos, tabaibas…
Disculpen el
retraso de esta entrega (ayer al mediodía fui a Tenerife, y acabo de
regresar)…
… retamas y otras basuras o malezas, bien atendido por
su hijo Marcelino, que lo tiene limpio como el oro, duchado, vestido, bien
afeitado, y allí frente a la mismísima presa de Los Pérez, cual mar en calma de
agua dulce que baja de las Tamadabas, sentado al sol de la tarde estaba Bernabé,
con sus más de 91 años, y a la pregunta y comentario de un servidor, sobre lo
que en otro tiempo fuera aquello arriba a donde subían diariamente unos 50
trabajadores, para entre otras faenas -todavía todo aquello sin pinos- atender
las tierras de donde cada semana bajaban al mercado capitalino dos camiones
repletos de hortalizas, y frutas, y donde el atendimiento de un largo centenar
de reses vacunas –entre otras cabezas de animales-, donde habían castañeros
entre otros árboles propios de la zona como manzanos, y para qué seguro
citándolos, que el bueno de Bernabé, como respuesta a mis palabras intentando
sacarles las suyas al respecto, esto es lo que repetía sin más, una y otra vez:
“¡de la tierra sale todo!”, con clara
referencia a la alimentación, y para que su padre sea feliz solo con verlas y
disfrute con ello, porque ya no las puede atender, su hijo Marcelino, que además
de atenderlo a él, a su hermano, a la tienda, llevar la compra a sus clientes,
bajar a la capital para ensayar con Marcial Trujillo, que lo tienen como
solista, y es que canta como los ángeles, y que atiende una veintena de cabras,
solo -repito- para hacer feliz a su padre, que ya sin ayuda de sus piernas muy
cansadas, no puede atenderlas, pero volvamos y quedémonos con esa su frase, que
debiera ser escrita en letras de oro o en carteles mil, multiplicarlas por
cercados, y que como el que está en el fondo del barranco -les invito a todo
aquel que se acerque por el lugar lo vea-, cómo a continuación de la presa, con
dirección a Agaete (o al Hornillo), mire y vea una larga pared de varios cientos
de metros de longitud, con los no menos de ocho o diez de altura y que sin
salirse de la linde desde el centro del barranco y con dirección hacia Tamadaba,
en su día aquellos que rellenaron toneladas de tierras, llevadas en bestias,
hasta subir y llenar aquel hueco, pegado a roca maciza, para cosechar y
aprovechando las pérdidas de aguas de la presa, regar papas, millo, calabaceras,
etc., no sabe uno pero lo imagina quien fue y plantó pinos en terreno de cultivo
tal que ya casi tapa la hermosísima huerta que en otro tiempo dio comida, y al
presente además de dar pena, solo da pinocha cuyas raíces de los malditos pinos,
rivaliza con pared tal, obra de ingeniería arquitectónica tal, que al empuje de
las mismas buscando el agua de charcos destruirá en su día lo que si hubiera
cordura y sensatez, echaría abajo los pinos, para devolver el cultivo o aún
vacía aquella tierra, por más que por falta de manos que la labre o cultive se
llene de tabaibas como mal menor, y sin que las plantase nadie, porque sabido
es, no necesitan las mismas, mano que las lleve que ellas llegan solas, pero al
menos se contemplaría desde lo alto el hermoso trabajo de un cercado enorme en
el centro y fondo del barranco seguido a renglón seguido de la citada presa, en
tierras de Gáldar, pues por allí cerca está el punto de tres municipios que se
dan la mano (Artenara, Agaete y Agaldar). Pues, quedémonos con la frase repetida
de Bernabé: “¡de la tierra sale
todo!”, con referencia a la comida, y por allí, desde Juncalillo, Barranco
Hondo, Lugarejo, etc., sin seguir citando toda la isla, toda la tierra, toda
está vacía porque lo que comemos, nos lo traen de fuera, cuando desde la zona,
bajaban cada semana dos camiones de comida a- tiempo que 50 familias comían del
trabajo allí de otros tantos lugareños-, donde todo fue sustituido por pinos, y
ahora ni trabajo, ni comida.
El Padre Báez.
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Mañana
recuperamos a normalidad,
si Dios
quiere.
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