domingo, 18 de noviembre de 2012

Dos maneras...

Dos maneras de capar:


Va de cochinos; si quieren los llamo cerdos. También pueden ser denominados marranos; otros los llaman guarros. Eso es lo de menos. Que  entonces, en el campo, todos los campesinos que se preciasen, criaban más de uno, para la matanza, y pronto ponían el del siguiente año; y a la par, se solía tener dos, para que matado (que no sacrificado) uno, quedara el otro, que era la mejor forma de no tirar nada, al comerse el animalito de Dios, las fregaduras todas, sin faltar fruta, hortalizas...,  y el gruñido, era algo tan familiar, que sin él (o ellos), no había campo. Pues...

... que les cuento esto, porque el cochino macho, si no se le capaba, como que no engordaba, que es la única razón de su existir, y por ello, había que extirparle los testículos, y ello, de forma rústica (les aclaro, que en latín “rus”, significa campo, es decir al estilo del campo), y ello recogiendo la tradición o sabiduría muchas veces milenaria en la que la práctica ha sido desde tiempos inmemoriales, y así, con la seguridad de no hacer sufrir al animal, sino lo justo, pero que curado a pesar de tanto fango y porquería, moscas y otros insectos, ningún puerco moría por ello de infección u otra causa, ¡ni mucho menos! Perdido el apetito sexual o reproductor, todo se le iba en echar tocino y engorde, que es lo que se pretendía o buscaba...

... que había un cochinero –así se llamaba a los que los vendían en cerones sobre burros, desde Ingenio y Agüimes, por el interior de la isla- que en mi caso llamo “cochinero” (o el señor de los cochinos) al que tenía lo que modernamente se llama una explotación, donde la piara en su número redondo era el del centenar, y es el caso. Y dada la nueva normativa veterinaria, miedoambientalista, y sepronil, el bueno de mi buen hombre –vamos a dejarlo en el anonimato- dio aviso al que desde la universidad y con título, vino a tales cirugías y operaciones y dado que lo hizo en viernes, y el sábado no trabajaba, cuando llegó el lunes, a por los cincuenta restantes por capar, se encontró que los capados cuatro días atrás –justo la mitad- habían muerto todos, o dando las últimas “boquiás”, porque la infección, y falta de pericia fue tan manifiesta, que el resultado hablaba por sí mismo, y tanto que el puerquero (o porquero), se negó en rotundez total a que no le capara ni uno más de los restantes, y que se imponía así porque esos gorrinos, eran suyos y por tanto su dueño, amo y señor, y que no, no los capaba el licenciado, sino él en persona, como siempre lo había hecho hasta el presente, y que lo hacía a pesar de todos los pesares y por encima de todas las normativas, leyes, decretos, y demás papeles, que eso era cosa suya, que así lo vio hacer a su padre, a su abuelo, a su bisabuelo, y que desde los guanches siempre se había hecho como él lo hacía, sin que se hubiera muerto nunca ni uno, y bla, bla, bla (para no cansarles con otros argumentos del campesino ganadero)...

... pero, la cosa no acabó ahí, como es fácil de colegir, porque la muerte de aquella media centena de animalitos de Dios y suyo, él quería cobrarlos, cuyo dinero reclamó al kabildo, y que como es lógico para ellos, se lo negaron justificando y defendiendo al veterinario que en decir de los mismos, era el técnico y especialista, el científico y universitario, y que había actuado con profesionalidad, y que aquella mortandad, debió haber sido por una infección, virus o fiebre o no sé qué y que no, que no pagaban. Se encochinó el cochinero, se montó en su burro, y arre burro, luchó y peleó, hasta que el kabildo no tuvo más remedio y pagó, a regañadientes, pero..., pero, se las cobró después el kabildo todas juntas y con creces, pues, no había forma de matar a aquel berraco, de casi doscientos o más kilos, que no había manera de tirarlo, y para no hacer sufrir al animal, que por otra parte debió haber sido llevado al matadero oficial, según lo establecido o estipulado, le pegó un tiró, ¡y esa, esa fue su ruina o desgracia!, porque aún estaban con las manos en el mondongo, después de haber chamuscado al gorrino, y abiertas sus interioridades se les presentaron dos hombres vestidos de verdes, que oyeron el disparo..., y no sigo, porque ustedes mis amigos, si no son tontos, pueden imaginar, sin equivocarse, cómo acabó el asunto. Con decirle, que los chiqueros están vacíos, y nuca más mi cochinero o criador de gorrinos, volvió a la explotación, porque quedó en la ruina y ya no cría cebones, ni berracos (o verracos), y no tiene ni un lechón. Ahora envejece sentado, mascando nostálgico su ruina y desgracia, ante sus chiqueros vacíos, sin más.

El Padre Báez.

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