Cinco siglos.
Estas islas nuestras, antes “canarias”; y ahora, tabaiberas, más allá de las tabaibas, pitas, retamas y otras malas hierbas protegidas, que tapan las cuevas de los guanches, los mismos que nos legaron sorpresas por descubrir, en perfecciones tales en sus yacimientos, que asombran protejan las primeras en primacía y así ya puede nacerse una de ellas en el centro de una casa aborigen u otra manifestación de aquellos hombres que nos precedieron y de los cuales somos sus herederos y continuadores en genes e historia, digo, desprotegen un yacimiento y protegen una hierba mala que se nazca en el mismo. Esto es propio, de un pueblo idiotizado; el mismo que ha arrancado miles de pinos para otros tantos asuntos, y no el que está en medio de la carretera de subida o bajada a Mogán después de dejar atrás –si bajando- la Cruz de San Antonio, más allá de La Presa de las Niñas, en curva peligrosísima que estrecha el paso a riesgo de despeñamiento o choque frontal, pero el pino –asqueroso- no hay quien lo toque. ¡Vaya política de idotas!, que endiosan a un árbol que no da sino veneno y de los cuales tenemos muchos billones.
Cinco siglos, o más de Historia, presentes por todas partes, como la tabaiba y retama, pero estas protegidas; y la primera, no. En cuanto uno sale del asfalto, huele la presencia de lo guanche, a los guanches. Sus huellas, por todas partes. Toda la isla e islas, museos enteros y totales son. Un pasado, que nos acompaña, tan pronto nos salgamos de la calzada, donde con ojos observadores, pueden descubrir aquellas urbanizaciones, aquellos proyectos, aquellos monumentos... (necrópolis, poblados, almogarenes, tagoros, etc.).
Recorrer nuestra geografía, sin olvidar a los esclavos guanches, llevados a tantos lugares fuera de sus tierras, por todo el mundo, para ser vendidos cuales mercancía muy estimada. Aquí dejaron sus muertos y lugares sagrados, sus casas, sus grabados... Todo esto habría que proteger, antes que nada y no tanta hierba mala (pinos, acebuches, escobones...).
Que aquí, la mezcla fue mínima y se conserva una gran cantidad de fidelidad al cuerpo y mente, de aquellos hombres “los más inteligentes y bellos del mundo”. Cierto, que se han asentado muchas razas y gentes, pero el guanche sigue en gran medida en su pureza (basta ver las caras y los cuerpos de los que son descendientes de ellos, y ellos mismos).
Mantenemos la geografía, pero no ya nuestros oficios y costumbres; prohibidas todas por preservar la flora y fauna, precisamente la que desaparece desapareciendo el sector primario. Hoy, aquellos descendientes de los que casi un siglo se resistieron al invasor-conquistador, debieran(mos) recuperar su territorio y su libertad, y volver a ser dueños de lo que nos han robado para el turismo, el cemento, la especulación, desertización, hambre, paro, etc., Deberíamos defender lo nuestro, y rescatarlo del turismo omnipresente (en visión de futuro también, proyectado para la fría europa, que se nos echa encima, y esperan sacar tajada).
Por todas partes, restos de aquellas construcciones, de las que se hacen caso omiso, porque estropean planes más suculentos de corrupción. Fortalezas, fortificaciones, edificios, etc. anterior al 1500, que hablan de defensas, de ataques, de estrategias, de artes...; con: entradas, plazas, garitas, cuevas, graneros..., y que poco importa frente y al lado de un verol, una tabaiba o retama.
Reparan algo de lo dicho, y lo estropean (¡se lo cargan!). Mejor ni lo toquen; hagan con el patrimonio, lo que no dejan hacer al hombre del campo (ni tocar la tierra, ni animales sueltos). Una Cueva en Gáldar, que te la presenta un vasco (¡); sin que la presencia de un guanche del siglo XXI, sea el mejor de los exponentes y modelo y ejemplo de los que allí estuvieron, y no el relambiado rosáceo del norte espakistaní, que nada tiene que ver con lo nuestro. ¡Vaya con los de la cultura!, y ello, como si no hubiera guanches descendientes preparados.
Habría que rescatar la memoria de los guanches; y no tanto las hierbas que lo tapan y ocultan todo, borrando sus huellas...
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