Consideraciones sobre la marcha senderista-arqueológica de ayer (Domingo 4 de noviembre):
Algunas personas, me piden les señale el lugar exacto de los yacimientos visitados, y amplíe el comentario sobre la experiencia de ayer..., ¡y lo siento!, pero eso no lo diré jamás (el lugar de los yacimientos arqueológicos). Pertenece al secreto y a los que me acompañan.
Lo que sí les puedo contar es el nombre de las personas que fuimos -sin apellidos y procedencia (venidos del norte, sur y centro de la isla)-, fueron –se me quedan algunos-: José, Lidia, Alexis, Santiago, Monserrat, Teresa, Antonio, Magdalena, Felisa, Francisco, Dory, Miguel, Juana, Pedro, Julio, Miguel, Ismael, un servidor...
También les cuento, que durante el trayecto o recorrido, no vimos ni de lejos una sola cabra, y la razón más clara de ello es su desaparición, es que no se vio ni una cagarruta por todos esos lugares de Inagua y ad látere.
Muchos de los lugares que atravesábamos fueron cincuenta años atrás, terrenos donde se sembraba además de trigo, toda clase de granos y hortalizas, y testigo de ello, aquellas paredes, que ahora desgracian y arruinan los pinos.
Sorprendía negativamente, cómo el kabildo con equipos de arquitectos, diseñaban ridículos escalones, empedrados, paredes, bordes, etc. de piedras donde sobraba todo ese trabajo y pérdida de dineros en partidas muchas veces millonarias, para estropear el caminar, ya que los que van por ahí, evitan esas reconstrucciones de senderos.
Llamó muchísimo la atención el silencio o muerte del campo, al no escucharse el menor sonido emitido por ninguna ave, ni otro animal, y mucho menos la voz de nadie, ni siquiera de lejos.
Curioso, que los únicos con los que nos encontramos o cruzamos por los caminos fue ingleses, holandeses, y gentes de fuera; a los nuestros, como que eso de hacer senderismo, les pesa muchos los pies.
Por supuesto, que sí apreciamos y mucho los buenos olores de la flora autóctona, que perfumaba el aire, dándole mayor pureza, y tanto que después de la salida, nos duchamos a la llegada a casa, pero no nos cambiamos de ropa, para seguir de alguna manera en el campo.
Es hermoso comprobar, que no nos separa la edad, y así a pesar de las distintas procedencias, y las diferentes edades –que en esta ocasión oscilaron entre los 13 a los 70 años-, la fraternidad y la unión son perfectas, en armonía y diálogo.
No falta la voz del que reivindica: libertad, justicia, responsabilidad, ante tanto acoso, injusticia e irresponsabilidad haciéndose crítica positiva de corruptelas, abusos, falsos, etc., cayendo el peso de las conversaciones –en gran parte- sobre las autoridades.
Tal vez, lo más bonito de todo fuera –entre otras actitudes y hechos, al margen de paisajes, arqueología y demás, el compartir, fraguando así una hermandad que nos fortalece y llena de gozo y alegría, fortaleciendo la amistad y al grupo, que en cada salida, crece.
Ya quedó a más arriba, lo del paisaje, las bellezas descubiertas de rincones, de lugares, de horizontes, de montañas y riscos, de lomas y laderas, de paredes construidas por los guanches, para separar terrenos y ganados, y un largo etcétera según sensibilidades y gustos y en todo caso, ampliando geografías, geología, etnografía... ¡y tanto!
El asombro de descubrir a lo lejos aquel trozo –grande- de terreno, verde (plantado de papas), en un entorno de árboles frutales, bordeado por los cuatro costados de los estériles y malditos pinos, que caídos por los vientos, nos mostraban su putrefacción y deshechos, sin tea ni madera. Alguien dijo, que: “¡ni para fuego valen!”; a lo que añadí: “¡por la que hacen!”
Tanto a la ida, como a la vuelta, y a pesar de los adelantamientos y cambios de velocidades, nunca nos separamos en la carretera, yendo siempre los coches en pegada caravana, que nos unía a pesar de las cuatro ruedas de los vehículos.
Se puede decir, sin peligro de equivocarnos, que hacíamos un viaje hacia nuestra propia historia, descubriendo y aprendiendo, recordando y comprobando sobre nuestro pasado, sobre nuestros orígenes y contemplando las huellas de los que nos precedieron.
En cuanto a lo anterior, es de poemas, las caras de asombro y de admiración de los participantes, al descubrir y estar delante de esas magníficas –que quiere decir “grandes”- obras de los guanches primeros.
En todo ello, un mínimo de normas, para el éxito de la expedición: no separarse del grupo, estar siempre por tanto cerca unos de otros, sin separarse del mismo. No tomar ninguna iniciativa fuera del responsable, como comer antes y separado de los demás; y sobretodo, ni tocar nada de lo que visitamos, si se trata de yacimiento arqueológico: ver y no tocar.
La única prohibición es la dicha, que por su importancia repito: no se deja tocar absolutamente nada de lo visitado; ni subir sobre pared alguna, ni recoger ningún resto (cerámica, huesos, piedra, etc.).
Para cada uno, su mejor compañero, fue el palo, que cada uno lleva, como tercera pierna que tanto ayuda a la hora de caminar, y es apoyo, y es seguridad y es impulso.
Lo que no se puede evitar y es de alabar, son los subgrupos, que por afinidad de sexos, edad, intereses, señoras, etc., se forman, sin que suponga un separarse sino lo del refrán, que sin rechazar la Inter.-relación: “cada oveja con su pareja”.
Y..., es mucho lo que queda por decir, pero todo esto, no es para contarlo, sino para vivirlo. Nuestra próxima salida será el 25 de este me, a tres semanas de la última salida –en esta ocasión- , para que se sume al grupo alguien que nos viene a acompañar desde Holanda (Bertrán, un joven que viene desde tan lejos con esa finalidad).
El Padre Báez.
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