Comentario bucólico:
Me enseñaba –era el Domingo pasado- las tres aceitunas, entre muchos olivos, de aquella rama, que se empezaban a madurar, con un color morado, y al mismo tiempo me decía: “¡fíjate, como esta rama que se entremezcla con el olivo -la del limonero-, lleva sus tres limones chicos!”, pero cambiando de escenario, sin salir del mismo cercado me dice: “¡Mira esa calabacera, por dónde sube, y con qué fuerza (nada diré de los calabacines), llegando al techo del invernadero, y cómo lo rodea por el suelo...!” No, no crean se trata de algún poeta; que no pasó del graduado escolar, y no llega a tanta su poesía y métrica, al desconocer las técnicas literarias, que me sigue diciendo: “¡Ves este pobre olivo, creo lo perdí, ya ves cómo tiene las hojas secas; le eché estiércol, y es tan sensible, que no lo superó; aquel otro, lo vi triste, llegueé a tiempo de retirarle el estiércol, le eché tierra nueva y bastante agua y lo he salvado, se recuperó...!”
“¡Esta, es mi ilusión! Todos los días me acuerdo de ti, cuando hay más allá me dijiste, que tu ilusión era ver crecer los árboles, las hortalizas, y cómo para ti, cada árbol tiene su historia; pues, lo mismo me pasa a mí –con tener tantísimos y tan variados árboles- me sé la historia y vida y andanzas de cada uno de ellos, cada semana veo el progreso, ramas, frutos, etc.!” Tiene sesenta y pocos años (dos menos que un servidor), y me decía: “¡Frente a los árboles, ni la familia (esposa e hijos), ni el trabajo (tiene un supermercado), nada me mueve como esto. Es mi vida. Sé, que todo se queda atrás cuando uno muera, pero mientras disfruto de esto. Solo la tierra me llena. Cada árbol tiene su historia (y son tantos: cirueleros, manzaneros, tuneras, nogales, perales, limoneros, higueras, castañeros, parras, etc., etc.)!” Es la ilusión cada fin de semana, puente o fiesta: “¡Venir y recrearme en todo esto!”
Les hace pocetas -se moja-, los riega -haga calor o frío-, los poda, los limpia, los mima, los mira, les pone horcones (jorcones) o cañas, los amarra, los cambia, los quita, los pone, los trasplanta, etc.; se le hace de noche, y casi sin ver sigue sobre la tierra, perdido en la arboleda; también se ocupa de las hortalizas, y anda entre: jaramagos, rábanos, coles, berros, papas, millo, fresas, ajos, cebollas, tomates, etc., etc. Y no tanto por lo que dan, ni piensa en la venta de esos productos, que surte a la familia, se los queda, y tal vez de tarde en tarde lleva algo a la venta de su propio negocio, pero que no lo hace por y para ello (de hecho se pudren: uvas, tunos, ciruelas, nueces, etc., etc.).
“¡Chacho, que te guardé un higo –de los que les trajo unas ramas alguien de Arguineguín, y que son unos higos especiales, blancos por fuera y rojos por dentro, que a la altura del mes, higos de invierno, no hay bombón, ni exquisitez, que se le iguale-!” Y me dice: “¡No, no bajes, que te resbalas, y te mojas las sandalias –la hierba estaba mojada-!” Y me dice: “¿Lo coges?” ¡Y me lo tira! ¡Qué higo Dios, qué delicia!; ¡es una bendición! Y añade, después de despedirme, pues con una hora menos de luz, tenía prisa de volver para antes de que me coja la noche, plantar unas acelgas que cogí de allí al lado, y me dice: “¡al subir, en la calabacera de la escalera, en una rama que va a la izquierda tiene un calabacín precioso, llévatelo!” Y regreso, como cada quince días, con: el agua de la cumbre, con manzanas, con ciruelas -¡todavía!- verduras, nueces..., ¿y para qué seguir?
Cada quince días, porque Domingos alternos, salgo de senderismo arqueológico, y es la razón por la que no cada semana. Que cuando subo, más que ayudarle –que también a veces-, hablamos, me enseña, le digo, le cuento, me dice, me cuenta, y almorzamos -siempre tarde-, porque primero baja a Misa a San Mateo, después se compra los churros, y sube, y el almuerzo -¡pobre de mí, acostumbrado a hacerlo a las 13,00 horas, ahora con él y su mujer, nunca antes de las 15,00 horas como muy pronto (imagínense con el cambio de la hora (las 16,00 horas), menos mal, que comiendo fruta (nueces, uvas, ciruelas, etc.) y hortalizas crudas (jaramagos y afines), llega uno ya casi sin ganas de comer, pero vale la pena por la tertulia, por la conversación, por tanto y tanto.
Allí tiene su tractor, sus otros aparatos y máquinas (otros aperos, descamisadoras, y no sé cuantas más), el estanque, el garage, el almacén, las escaleras, los cuartos, la terraza, y lo mejor, al fondo: la Montaña Codeso, El Saucillo, Camaretas, La Hoya del Gamonal, La lechucilla (o Lechuza Chica)..., es decir, un paisaje de castañeros que se los comen los pinos y las retamas, por donde hasta hace poco los pastores y las canciones..., y ahora el silencio, las brumas, la lluvia fina, todo verde, algo de fresco o frío (¡un frío sano!). Perro no tiene, pero se le han agregado unos gatos que cuales tigres, no se dejan acariciar, salvo enseñando sus garras y dando zarpazos, pero que se soban y resoban cruzándose entre sus piernas al caminar, o metiéndose delante de la fucha o asada y las voces continuas de: “¡Quitate pallá!”, y es que como descubrieron entre las frutas podridas que sirven de estiércol algo de queso y de charcutería, los gatos se han dado cita, y le acompañan, y como con ellos los ratones se ahuyentan, pues vaya una por la otra. Lo cierto es, que a veces, no lo dejan ni caminar.
¡Ah, perdón! Me se había olvidado (como dicen los que son de pueblo en espakistania), que no les he dicho de quién hablo, y mucho me temo que ustedes mis lectores, hayan pensado en algún buen amigo que tengo por esos campos de Dios; pues no, se equivocan si es eso lo que han pensado de lo que les he relatado, y que no es sino una página, que más o menos se repite cada dos semanas, a no ser que por medio haya algún acontecimiento, fiesta o compromiso que me lo impida, pero muy a pesar mío, pues que se trata de mi hermano Rafael, y que cuando chico le puse Falo, y Falo se quedó para toda la vida. Les he hablado de él y de mi La Lechuza (o Lechuza Grande) natal, donde mis recuerdos, mi infancia, mi juventud..., las tierras de mis padres...
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