jueves, 4 de octubre de 2012

Se pusieron...

Se pusieron a sacarle fotos:


¡Pobre hombre!, que le llegó la edad del retiro o del júbilo, que se traduce por “alegría”, y se jubiló, o lo jubilaron. Y ahora, con media edad casi o una tercera parte de la misma por delante, es el tiempo del aburrimiento, de sentarse, de jugar a algo, beber algo, y esperar al santo advenimiento.

Pero mi hombre, se lo pensó mejor, y sintiéndose todavía con fuerzas, con salud, con ganas de vivir, y no quedarse viéndolas venir y entrar en la depresión, en la nostalgia del pasado, se decide -puesto que vive a las afueras y tienen junto a su casa un terrenito-, pues a poner una choza, ¡un chupenco!, con el ánimo de poner una cabra, y entretenerse con ella.

¡Vamos en echarle de comer, limpiarle la cama, el pesebre, ordeñarla, y de paso estiércol para su poca tierra donde plantar unas hortalizas, y además de la leche, el quesito, y hasta un cabrito (¡un bayfo!), por Navidad en el caldero! Pues su gozo en un pozo.

Les cuento, lo que él me contó: que puso mano a la obra (es decir adecentar, para ubicar la cabrita, con la que soñaba; la que le iba a dar entretenimiento y economía), pero tan pronto comenzó, principio o dio inicio a su pretendida operación, por arte de magia, aparecen los del miedo o medio ambiente, y sin ton ni son, comenzaron a hacerle fotos, sin mediar palabras, que éstas vinieron después, pero hasta sin saludo previo ni nada.

 “¿Qué está usted haciendo?”, cual si delito de lesa gravedad estuviera haciendo este pobre jubilado, que va e ingenua, y sinceramente le cuenta a los que lo interrogan, que: “¡un chupenco p´ poner una cabrita!” A lo que la respuesta de los dos uniformados –uno con gafas negras, para que no se le vieran los ojos, van y le dicen –a la par-: “¡ni se atreva!”, con lo que los sueños y esperanzas de mi buen hombre, quedaron rotos, como la vida del joven que se mete en la droga.

Hasta aquí, mi relato, que no cuento, sino la realidad pura y dura, como la vida misma. Pero creo, hay que sacar algunas conclusiones. Está claro, que el cabildo, por medio de su ejército de medio ambiente, está acabando o terminando, fulminando y desapareciendo el resto que queda de ganadería e impide cualquier intento de resucitarla, o simplemente de mantenerla como residuo del pasado, que teniendo un colegio cerca de donde mi buen y desgraciado jubilado –ahora triste y aburrido- podía ser la mejor escuela y las mejores enseñanzas para los que creen que la leche viene de Asturias, a no ser que se les enseñen en las aulas contiguas, que las tabaibas dan leche, pero hasta que la univiersididaddelaspalmasdegrancanaria no descubra la fórmula, imposible beber esa leche, y  mucho menos hacer queso con ella.

Pues éstas tenemos. Que te parten de pies y manos, y a cualquiera que quiera volver al ayer más cercano, y rescatar la memoria de un pueblo que comenzó con cabras, y siempre vivió de ellas y con ellas, si lo intenta, es tenido cual terrorista medioambiental, y se le castiga con impedirle lleve a cabo algo tan loable, como es el vivir de los animales, como siempre se hizo, y que ahora no te lo permiten sino que te fotografían, para mostrar tu delito y poder sancionarte si llevas a cabo y culminas tu pretensión, u obra o atentado al medio ambiente por: poner una cabrita en lo tuyo.

Seguro, que si mi buen y desgraciado hombre, y ahora aburrido y depresivo jubilado -¡vaya contradicción: ¡júbilo, sin alegría!- le hubiera dicho a los del cabildo, que lo que pretendía era poner una perrera, seguro, que hasta le hubieran ayudado con una subvención y todo, pero para una cabra, “¡ni lo intente!” Y ello, ¿por qué?

El frustrado cabrero, dejó su empeño, ante el miedo que le metieron en el cuerpo, y ahora se sienta con otros viejos, ancianos o mayores, aburrido y sin ilusión, sin nada que hacer, porque cuidar de una cabrita, es algo perseguido, prohibido y castigado, cuando es: terapia, deporte, salud, acción, economía, alegría, esperanzas, ocupación, escuela para gente nueva, experiencia acumulada, sabiduría, etc., etc.

Este es, uno de los dos gobiernos tabaiberos, y díganme, si sobra o no sobra, una institución, que padecemos hace ya un siglo, y lo único que hace es dar palos de muerte al sector primario, impidiendo se toque la tierra (todo protegido), y si quieres poner una cabrita, ¡ni lo intentes!

El Padre Báez.

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