lunes, 8 de octubre de 2012

Crema

de cabra.

Sucedió el día de San Mateo, en San Mateo que, después de la Santa Misa al Patrón y posterior Procesión, invitados por el párroco, los concelebrantes, cada uno por su vía, nos dirigíamos hacia el Restaurante señalado.
Y uno, recordando los años de la infancia y preadolescencia, y porque previamente había dejado el coche junto a la antigua máquina de pesar los camiones, que da a la ex Feria  -en otro tiempo, de ganado- centro que fue geográfica, social  y económica, medio siglo atrás, digo, que recordaba cuando de pequeño –no explotado- acompañaba a mi padre, trayendo vacas, becerros, cabras, etc., con más miedo que otra cosa a los cuernos y posibles pisadas de los ungulados mayores, y que con prisas por que mi padre las vendiera, y así librarme de regresar con ellos a casa, y tener que cuidarlos una semana más, hasta nuevo intento de venta, oía siempre la misma respuesta de mi progenitor: “¡primero es la Santa Misa!”, y terminada ésta, los compradores –o marchantes- casi se habían ido todos; pero la Providencia que se ocupaba del resto, casi siempre, mi padre vendía, y según fuera el éxito de la venta, lo celebraba en el bar-restaurante de entonces, allí al lado, donde aquel plato de garbanzos con carne de vaca y papas, lo recuerdo sin poder olvidarlo, dado su sabor y gusto. Pues, que envuelto en estos y otros recuerdos, me llego con otros hermanos sacerdotes al Restaurante con nombre de raíz de una planta autóctona, y que a la espalda el Barranco de Los Chorros –cerca El Retiro- y de cara a la llena de tuneras y pitas: La Montaña Cabreja (ex de dos hermanas solteronas, que con sus cabras, dieron nombre al lugar, según leí en obra de Don Manuel Socorro, cuevagrandino él (como el difunto ya Profesor Reina), y también presbítero, director que fuera del Instituto Pérez Galdós por cerca de cuarenta años, y gran clásico en lenguas y cultura, autor del libro de texto de latín, y de más de cuarenta obras publicadas, siendo la mejor el comentario sobre Sancho en el Quijote y sobre éste mismo, que echando de menos a uno de los comensales, que tardaba en incorporarse a la mesa, y que teniendo su coche aparcado por donde el Mercado del lugar, tardaba en llegar –luego nos enteraríamos se pasó por la farmacia, dada su precaria salud y que los años no perdonan, y al fin ya entre nosotros, el amable y servicial camarero, sin saber está un poco sordo, le proponía una larga lista de productos para tomar o beber antes de los entrantes o entremeses, terminando su particular “letanía” con la oferta sorpresiva de una crema de cabra –que fue lo que oyó el presbítero en cuestión, que atento y fijándose bien en lo que oía, de entre esa retahíla de productos, entendió “crema de cabra”, en lugar de “crema de cava”, y no es para contar, la cara de asombro y sorpresa que puso, al tiempo que repetía gritando e interrogando: “¿crema de cabra?”.

Pues, hasta aquí -y no sigo-, la comida fraterna, como la de San Mateo apóstol y evangelista, cuando invitó a los suyos y a Jesús –según nos cuenta él mismo-, y que esa, sin duda, fue la mejor forma de celebrar el encuentro con el Maestro, y nosotros emulándolo, la festividad del santo que cambió el nombre a Tinamar, y que para más señas, está encima de Santa Brígida (o Santa Brígida, debajo de San Mateo), simple puntualización geográfica, que tanto enfada –y no sé por qué (aunque me lo supongo)- a la gente de satautey.

El Padre Báez.

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