El
guruguru
(o gurugú):
Tengo, en lo más olvidado de mi memoria esta palabra, que de niño, me parece mi madre nos metía miedo, con él, cuando llegada la noche, y seguíamos jugando por detrás de la casa, por donde el camino real. Bastaba ver venir la sombra de alguien en la oscuridad, para desalados echar a correr, creyendo ciegamente en el guruguru (o gurugú). ¿O se trataba del maragú (o maragullo)?
Tal vez tenga que ver con lo moro, ese personaje que se llevaba a los niños, dado que posiblemente haga referencia a cuevas que dan miedo, por su ubicación y forma, y parece proceder del mundo aborigen, traído por los canarii; pero lo dejó ahí, porque no quiero arriesgar. Tal vez, alguno de los que me lean este comentario pueda aportar algún dato. También creo se trata de un lugar o topónimo, pero...
Lo que nunca pensé, es que alguien que nació cinco años antes que un servidor, por tanto en 1942, hoy ya con 70 años, al llevarme a visitar distintas cuevas, antes de los guanches y posteriormente reutilizadas por sus sucesores o descendientes, me lleva a una donde me cuenta: que con cinco años, venía desde La Gavia, caminando por esos senderos (me los señalaba), y llegaba hasta esta casa-cueva, donde –recuerdo, me dice- había un par de viejitos (viejecitos), encorvados los dos, y que tenían vacas, veníamos –me decía- a por el suero, y ella, en la mano cerrada, empuñaba ¿ sabe qué? unos higos pasados! y me los daba...
Y me sigue contando: en aquella otra cueva de atrás, arriba, allí vivía el guruguru (creo debe ser el nombre del lugar). Y no me supo dar más señas. Entre los dos concluimos debía ser un anciano que daba miedo.
Y, la verdad, la casa-cueva, parecía un palacio: la puerta de tea; el interior cuadrado y alto, con otra cueva dentro de la cueva, donde poner la carne salada del cochino, las papas, semillas, etc.: la cueva despensa, fresca en verano y tibia en invierno, como la precedente.
El patio, con geranios de más de medio siglo sin riego alguno, sin atendimiento, pero adornando el patio en silencio; la casa vacía, y en la alpendre, el palo del pesebre, donde contamos puesto, hasta para siete u ocho vacas; a la salida de la cueva-alpendre, la de los becerros, también la del pasto, con dos misteriosas piedras (tal vez para prensar la uva) y delante de todo esto, y separando el patio por una hermosa pared de piedras labradas, que sigue en pie bordeando un amplio patio, seguro donde bailes en aquel empedrado; el cercado en otro tiempo de papas, millo, sementera..., y ahora, lleno de tabaibas llenándolo todo y al principio una roja tunera cargada de tunos, que nadie coge.
Evocación de un ayer, lleno de nostalgia; la historia de mi pueblo; etnografía descuidada y olvidada, ruta para escolares y turistas por hacer; aquellos personajes hospitalarios, aquellos tesos, lomas, barrancos, cercados, higueras, almendreros, olivos (algún acebuche), y el viejo y roto horno para el pan; el aljibe, el estanque, las acequias por encima de la cueva, el techo: la piedra del risco; las vinagreras impidiendo el paso a las distintas cuevas. El eco de rosarios y plegarias mirando al cielo...
Todo ello, desde La Gavia, partiendo Telde de Valsequillo, frente Santa Brígida detrás San Roque, lomas arriba, hacia lo alto, camino del Montañón hacia Cuatro Caminos, por el Loma la Vega, por donde Los Roques (otro distinto); abajo, todavía Faustino, y en la Degollada de los Jorge, frente al Gamonal, y la Cueva del Gato, al fondo La Culata de La Atalaya; la explotación de las vacas en La Degollada, con cabras, y un jovencísimo pastor, siguiendo en la profesión a sus padres (la madre y su esposo, ambos en la misma faena).
Un ayer, del cual, quedan testigos esas casas-cuevas, esos caminos que se llenan de maleza, casas-cuevas abiertas y vacías, pero llenas de vivencias con el calor humano aún en ellas; agujeros en las paredes, para las camas; en el techo la negra brea...
¿Para qué seguir? Eso, ¡está ahí, por toda la isla!
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