Para sobrevivir:
Considero, que, para sobrevivir, hay que regresar al campo, a la agricultura y a la ganadería. Es urgente e indispensable. No hay otra salida, al menos la de permanecer en la isla (o islas), sin tener que emigrar. Sin la vuelta al campo, corre peligro la supervivencia del tabaibero.
Nuestra historia pasa, por el sector primario, desde los tiempos más antiguos, y durante todo el recorrido posterior, hasta hace medio siglo (cincuenta años), en los que comenzaron a poner puertas al campo, y al presente cerrado con siete candados, y con vigilancia día y noche, por tierra y aire, por parte del cabildo que tiene a su ejército de miedo o medio ambiente, vigilando los caminos y las vallas, para multar por todo y por nada, para que nadie toque un verol, una retama o un escobón. Y ello como si el aeonium percarneum, la teline microphylla y el chamaescytisus proliferus (se lo he dicho en latín: verol, retama y escobón), nos diera de comer y hubiera que salvarlos por estar en reducidísimos ejemplares y a punto de desaparecer del mapa de lo autóctono silvestre en flora, cuando está la isla totalmente repleta, llena y rebosando de toda esa auténtica basura, en otro tiempo usada como cama de los animales, y comida en sus pesebres para los mismos.
No es ficción sino Historia, que hace cien años el cabildo nos viene perjudicando y últimamente como nunca antes lo hubiera hecho. Piénsese, en el delito de envenenar y esterilizas, asilvestrando y desertizando la isla con la omnímoda plantación de pinos, que nos ha desgraciado terrenos de pastoreo y de cultivo, con una planta que solo nos da pinocha, sin más bien, si es que eso supone algún bien (que impide el pastoreo y la agricultura, y la desaparición de toda otra flora y fauna).
Los poquísimos supervivientes, que aún resisten en el campo, dada su avanzada edad, los llevan seguros a un final del campo, al acabose, a desaparecerlos, a extinguirlos, a borrarlos del mapa. Y ellos, por su resistencia y aguante contra viento y marea, son y han sido los últimos actores de una tradición que entierran los antes citados del cabildo y su ejército, que los tienen cercados y con orden de multarlos por todo, para que amargados se quiten la vida, o quitarlos de en medio. Muchos han buscado residencias lejos de sus ambientes, donde mal viven, llenos de nostalgia, de recuerdos, de depresión y hambre.
Quieren seguir en el campo, donde nacieron y vieron la primera luz de sus vidas; pero no les dejan seguir, donde quieren vivir, y mal sobreviven por las restricciones de todo prohibido y castigado.
Antes, había: temporadas, cosechas, veranos e inviernos, actividades propias según estación o tiempo. Todo se ha terminado. Ahora, mueren de hambre y droga en urbanizaciones en periferias, y no los dejan regresar al campo; nada puede volver cultivable, ningún camino pueden limpiar, y menos ningún cercado. Tampoco pueden levantar una pared, ni hacer un arrimo o choza, nada de una reparación y ya puede ser la limpieza de un estanque o aljibe. Todo prohibido.
Ya no hay pastores, ni boyeros, ni herreros, ni quien tenga un mulo, ya no hay carbonero, ni lechero, ya no hay frutero ni placero, ya ni quien coja monte ni venda estiércol, no se puede segar una retama, ni llevar un animal a ningún lado. Todo es ya tiempo pasado, sin presente, ni futuro. En el campo, solo se ve: ejércitos o soldados de la guardia civil, del gobierno, del cabildo, bomberos, etc., etc. Los pueblos o barrios pequeños, están vacíos, y si sus dueños van los sábados y Domingos, hay helicópteros que les hacen fotos de lejos, para las consiguientes multas (les hacen fotos con sistemas modernos de precisión, con cámaras fotográficas de última invención, capaz de leer lo que alguien tiene en sus manos y hasta la hora según el propio reloj del fotografiado.
Ya, encontrar a alguien por y en el campo, es como ver a un zombi, perdido y asombrado, vacilante y melancólico. Casas de gentes en otro tiempo fuertes y dadores de trabajo, hoy todo lleno de maleza, de pinos, retamas, y tabaibas (todo eso protegido [basuras protegidas]). Y si se le muere a alguien la cabra, ¡a llevarla a Zaragoza para la incineración!, que pagará el cabrero en dineros que en vida de 7 años de la cabra, no le dio en leche, queso, crías y estiércol, para pagar el entierro del animalito; que si matas un baifo segándole el pescuezo, te buscas la ruina, y ¿para qué seguir?
Simplemente, no sé qué va a pasar; pero, nada bueno, y a peor, ¡seguro! La carrera que llevan es de exterminio nazi. Las televisiones, emisoras de radio y periódicos, de esto no dicen ni media palabra (están comprados por una publicidad de gobierno y kabildo que los amordaza). Personajes, que quedan, y no son objeto de extraerles sus culturas, para al menos conservarlas, y se los dejan ir a la tierra con todos sus saberes, sin retenerlos, sin seguidores, sin documentación.
Terrible el tiempo que se nos echa encima y se nos avecina. Ya no se lucha por la supervivencia, sino por el fútbol, que lo copa todo, a diario y a todas horas y lugares, cual si fuera el pan de cada día, mientas el hambre nos rodea.
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