De hierro dijimos parecían sus músculos, digamos que de piedras, con las que lo mimo cortaban lo que fuera con fuerza y puntería, que asombraban; de sus cuerpos las medidas nos las dan sus tumbas, rondando siempre los dos metros más o menos, que contradicen a los que los igualan al presente, olvidando entonces se medía menos, y los venidos de fuera parecían enanos.
Para que un guanche, peleara con otro guanche, solo debían mediar el robo del ganado, de lo contrario, ¡eso nunca! Y ello, no con el concepto de “robo” que hoy tiene la palabra, pues ellos tenían sus normas, y en ello, más que falta había virtud, pero no siempre se pensaba lo mismo, y de ahí, algunas disputas (¡normales!).
En las anteriores reyertas, de tenerlas -pocas- ninguno se tenía por vencedor, aún siéndolo, que valoraba el mayor mérito, incluso en el que había perdido (filosofía extraña, y propia de un pueblo superior): que el ganador se veía perdedor, y veía ganador al que realmente había perdido: siempre ganaba el otro (?)...
Digamos también en honor a la verdad, que si algo temieron los guanches, si miedo se puede llamar -y mejor respeto- fue siempre a los caballos, pues en ellos, los “caballeros” cómo abusaban, que vencer así, es perder; pero..., cómo se enfrentaban a pesar de los equinos.
Nuca se contó lo suficiente, la fiereza de este pueblo (razón, por la que a la sazón el General de la Compañía de Jesús, san Francisco de Borja, escribe a un grupo de jesuitas que salen de Cádiz, hacia el Perú, y les dice: “... digo a mis hermanos, que al pasar por las Canarias, tengan mucho cuidado, pues según tengo entendido, hay allí, unos indios que son muy fieros... (confróntese mi tesina sobre “los jesuitas en el siglo XVI, en América”, Universidad de Comillas [Madrid])”...
Que no vamos a repetir historietas o cuentos, de la fuerza de los guanches, manifestada fuera de aquí, por humillante, por más que fueran ciertas, pero con apariencia circense, que da hasta pena, dejando claro no obstante, la nobleza y aviso que los guanches siempre daban, para no hacer daño a intrusos y osados.
El Padre Báez, que de esta forma y manera va rellenando el boceto, que sobre los guanches, estamos dibujando, hasta que aparezca el retrato autentico o real, y no la desfiguración, que nos ha llegado y transmitido unos y otros.
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