Arrancando tabaibas…
… sí señor, eso es lo que hacía. Parece un cuento, pero es una historia
real. Aquella niña -ahora ya mayor y anciana- recuerda, que cuando cuidaba el
ganado, mientras subía desde el barranco a su casa-cueva, lo hacía arrancando
cuanta tabaiba se cruzaba en su camino; decía que para que sus cabras pudieran
en el futuro comer, aquellas plantas malas -basuras las llaman- había que
arrancarlas cuando pequeñas o chicas, ya que luego es más peligroso, por
aquello de su leche envenenada. Pues, hasta aquí, lo que la señora nos contó.
Hoy, si lo hace le cuesta la cárcel, más la multa, y tal vez la vida, si no
quiere pasar por lo de la prisión y sanción económica. Es que ahora, ni loca se
atreve a tocar una tabaiba, solo que recuerda lo que hacía cuando su infancia,
cuando todavía reinaba la sensatez y la cordura, y es que lo que ella hacía, es
lo que hacía todo el mundo, y no por ello, se extinguió o desapareció la
tabaiba, pues también se localiza en lugares inaccesibles, y no en todas partes
habían ganados a los que perjudicara. Pues, es simplemente, lo que va de ayer a
hoy. Y lo que les cuento, que nos contó, lo escucharon muchos, sin que fuera
preguntada por la tabaiba la buena pastora, sino que en el relato de su ir y
volver con el ganado nos contó, sencillamente -de paso, y sin más- que subía
arrancando maleza, las tabaibas con las que se cruzaba, como algo instintivo, y
sin ánimo de maldad alguna, como quien arranca una zarza o un cardo burrero,
dígase de cualquier otra hierba mala, ya sea hediondos u ortigas, que siempre
eso se hizo, sin que la flora sufriera merma, ¡al contrario, las que quedaban
se criaban más hermosas! Y, ¿acaso hacía algo malo aquella niña de ayer, hoy
una anciana mujer?
El Padre Báez.
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