“Papá, ¡yo quiero un becerrito!”
Debe andar por los sesenta años, y viuda desde hace diez; y recordando su infancia y en concreto esta anécdota se añurgó, y se le salieron las lágrimas, pues hablábamos del amor a los animales, y cómo al vender una vaca, la que la había criado, cuidado, limpiado, curado, mimado,
acariciado, etc., al verla partir, en manos de otro dueño, escondida detrás de la ventana, por más que la había vendido por un buen precio, y poder así salir adelante con el dinero de la misma, y volver a empezar o seguir con la cría y otras, lloraba a lágrima viva, por la partida y desaparición de dicho animal. Otro tanto sucedió –les contaba- cuando al viejo (anciano) pastor, aprovechando sus hijos que el padre estaba enfermo y en manos de médico, le vendieron ochenta de las cien ovejas que tenía, y al verlas salir en el camión que se las llevaba, el pastor lloraba como un niño, y entonces dijo –el pastor en cuestión- aquello de: si me venden las que me quedan (20), me encierro en mi habitación, no como, no hablo y en quince días me cambio de barrio. La esposa (pastora), dijo a sus hijos: “¡Miguel, lo hace!” Sucedió que lo vi en el entierro de otro pastor mayor, y le pregunté por su disgusto al quitarle las ochenta ovejas, y muerto, de risa y contento como un chiquillo de antes, con zapatos nuevos, me dijo: “¡Padre, que las veinte que tengo, las tengo todas preñadas, y pronto vuelvo a tener otra vez cuarenta y ya el próximo año serán ochenta y si es o no es, vuelvo a tener las mismas (con más de ochenta años)!” Y fue entonces, cuando me dijo ella, que de niña, se empeñó con su padre, para que le comprara un becerrito, para ella criarlo, y claro, como el animalito creció, y se hizo un toro, a la vez que ella una moza, y hubo que vender el toro, ella lloró amarga como los chochos por quitarle su animal, criado y cuidado por ella, y después de tanto tiempo, recordando el hecho, todavía se emocionaba, y las lágrimas salieron a su cara con la voz entrecortada. Alguien en el corro –sucedió en Tecén, después de la santa Misa dominical- dijo: “¡hoy lloran por la muerte de un perro!”, a lo que un servidor añadió: “¿y se imaginan ustedes a aun niño de hoy, pidiendo a su padre por mascota un becerrito?” ¡Ya fuera al menos una baifita (o cabra), y tendrían leche y queso, por descontado estiércol y un baifo por Navidad. Y entonces les conté lo que me dijo el de la gasolinera el viernes pasado:
“El que nace pobretón,
es como el cabrito;
o sirve para cabrón,
o lo matan cuando es chico”.
Y, por asociación de ideas, lo que antes de Misa el día antes, en Cazadores, aquel anciano me decía:
“No hay rico que no sea ladrón,
y si no eras comerciante
no te metas a marchante”
En fin, que tiene uno la suerte, de ir recogiendo de estas conversaciones historias y costumbres de ayer, que vienen al presente como enseñanza de la mejor filosofía, válida para siempre, si se quisiera aprender, de aquellos que no andaban equivocados, pero..., ya lo vemos, hoy piden perritos al papá, cuando en otro tiempo, pedían un becerrito. Que si becerra, una vaca.
El Padre Báez
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