El
hombre
del almendrero:
Este pobre y desgraciado hombre, dueño de un -en mala hora- de un almendro; que ahora andan a punto de estar en flor adelantándose –como Dios- a todos los árboles frutales, que anuncian sus frutos floreciendo él el primero.
Que para su desgracia y ruina, tiene en el fondo de un barranquillo, perdido entre riscos y piedras, entre maleza intrincada, nada fácil llegar hasta él, un árbol de esta especie, que viejo y retorcido, cargado de años y de leña seca, a duras penas mantiene verde algunas ramas, vástagos o retoños y heme aquí que con la imperiosa necesidad de podarlo, para limpiarlo y revitalizarlo, no pudo meterle mano, porque si no se la meten a él, los del miedo ambiente, con multa que jamás en almendras cogió tantas en dinero como para pagar la impresionante y exageradísima multa, porque para hacer lo que siempre se hizo y se debe y se tienen que hacer, no lo puede hacer –poder, puede, pero tendrá que atenerse a las gravísimas consecuencias, de cometer ¡tamaño delito!- porque es preceptivo o legal, y está mandado y prohibido limpiar un árbol, sin que previamente se solicite permiso; repito: que para podar y limpiar de la leña muerta o seca de cualquier árbol, incluido este alejado y escondido almendrero, ¡dichoso almendrero! –mejor no tuviera ninguno, por los problemas que le causa, y ya nulas almendras, porque no hay manera de cogerlas, porque caídas se pierden y se las comen los roedores- que tiene que pedir permiso el dueño, en lo suyo y con lo suyo. Pero no acaba ahí la cosa, porque una vez recibido el permiso –y para él tuvo que desplazarse, formular una petición según impreso explicando bien dónde y qué es lo que quería hacer, más esperar la respuesta, que no se la dan en el instante, ni al siguiente día, sino espere usted contra toda esperanza, que ya le llegará el cartero, con el sí condicional –recordándoles artículos y párrafos de leyes aprobadas y publicadas, que lía de tal manera al pobre hombre ignorante en cosas de derechos, que no sabe a ciencia cierta qué hacer ante tanta retahíla de cosas que no entiende, porque toda vez que es un pobre campurrio, y no un abogado, no se entera de nada y tienen que preguntar, si lo autorizan o no a podar el almendro (almendrero en el argot del campo), y que después de perder media mañana, adivina que sí que puede hacer lo que solicita siempre y cuando se ajuste a precisiones, con advertencia de multas y sanciones, y bla, bla, bla..., pues que dicho y hecho, allá que se abaja mi hombre, con serrucho y hacha en mano, con dificultades mil por el camino intransitado y tupido de tanta maleza, a hacer lo más normal, perentorio y necesario y cortar la leña seca del árbol; pero que una vez hecha esta operación, la leña queda en el suelo, como es normal y elemental -por aquello de la ley de la gravedad (dado que hablamos de tantas leyes, pues entre también ésta, por la que no se multa)-, que, con la leña en el suelo, lo pone más difícil poder andar por el entorno de dicho árbol, con peligro de enredarse y caerse y matarse, que no puede –poder, puede; pero no debe, salvo que se le caiga el pelo o se lo quiten-, que el desgraciado buen hombre, para quemar la leña seca podada o limpiada del dichoso almendrero –en mala hora lo heredara, ¡y mira que el cabildo le ha dado mil toques para comprarle el terreno y plantarlo todo de pinos!- , tiene que volver otra vez adonde la primera, para con nuevo impreso, solicitar ahora permiso, para poder quemar los palos secos; pero he ahí de nuevo el rosario de ir y esperar para que llegue el permiso, y toda vez que viene con el no en esta ocasión (incluyendo las pérdidas de tiempo de ida y vuelta y demás), y solo condicionado a que sea dentro de tales fechas, y teniendo un depósito o cuba de agua al lado del almendrero; y a ver: ¿cómo coño (¡perdón por el taco!; pues debo decir: “¡córcholis!” o “¡cáspita!”), baja una cuba de agua, para en caso de que una chispa salte en donde no hay nada que arda –por la fecha y tosca, y ausencia de pinos, porque se ha negado miles de veces venderle su terreno al kabildo –repito- que lo quiere para eso (plantarle pinos)-, haya que bajar previamente un depósito de agua, con mangueras y ello con helicóptero, porque sin camino, ni carretera, a ver cómo se puede llevar hasta donde la leña cortada del almendrero agua, sin camino, y sin un camión –ahora invadido de maleza-; y entonces, alguien sugirió –porque me lo contaba delante de otros feligreses (esto sucedía a la puerta de la Iglesia de Cazadores)- que eso, lo hacían más de cuatro, aprovechando la niebla (el meterle fuego), a lo que dice este desgraciado y buen hombre: ¡ni te atrevas, porque lo saben y van a por ti y como vean la ceniza te piden el permiso con efecto retroactivo, y entonces sí que la cagaste (¡perdón de nuevo, por los bien hablados!, me disculpen o excusen, que uno es del campo, y habla como aprendió) –eso fue lo que dijo, y añadió- es que no hace falta que ellos lo descubran, es que siempre hay algún desgraciado, que para no ser más desgraciado que tú, va con el chivatazo y te denuncia, y entonces es peor; así que, amargas almendras (no que el almendrero sea amargo, es que las amarguras del pobre y desgraciado hombre por culpa del dichoso almendrero, no se la quita ni el mejor mazapán hecho de almendra y azúcar, en Tejeda, porque en mala hora heredó ese maldito almendrero –repito-, que tantas desgracias le ha traído. Y como decía mi padre: a mi casa no llegue o ciego me quede, que lo que digo es, lo que nos decía este pobre y víctima del miedo ambiente, que añadía casos y cosas, que no son de contar aquí y repetir lo que nos decía a la puerta de la Iglesia antes de la Santa Misa, porque parece cosas imposibles, como: con que si no tienes las cabras registradas, como si fueran personas con documentación, que si la pared se cae no la puedes levantar, que si limpias un terreno te caen con la lista de maleza arrancada y multa al canto, que si abres un camino existente pero taponado por las ramas de las retamas, ¡ya eso es demasiado!, porque te cuentan las ramas de retamas, y te salen por el ojo de una cara, y te cuesta un riñón (¡o la vida, y no es el primer ni único caso de suicidio a cuenta de miedo ambiente y el seprona, o el kabildo que es lo mismo!), y que se te muera la cabra, porque no puedes enterrarla por más que lo hagas a dos metros del suelo de donde no sale nada, y nunca nadie se murió por infección de una cabra enterrada, porque se enterraban vacas, burros, cochinos, gallinas..., ¡de todo!, sin que nunca nadie enfermara por ello, y es que si sigo, es de idiotez supina, y de asombro mayúsculo acerca de cómo miedo –ellos se hacen llamar “medio ambiente”- ambiente, es la peor de las enfermedades que ha caído sobre el campo y su cada vez menos gente, que los tienen asombrados, acobardados, frenados, parados y al acecho, porque hay varios ejércitos de ellos, simple y llanamente no haciendo otra cosa que persiguiendo al pobre y desgraciado que sigue en el campo, y no lo dejan salir de la casa, porque, ¡multa que te pego!, hasta por lo más ingenuo y sencillo (como es el limpiar un árbol con ramas secas y luego no poder quemar esa leña seca)..., y no sigo, porque es indignante, que tengamos este cáncer sobre nosotros, que nos comen vivos y matan (ya los hay que se suicidan –repito-), sin que nadie haga nada por cambiar este abuso y atropello sin nombre...
El Padre Báez.
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