La maldición de las tabaibas
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… el campesino vive de sobresaltos en sobresaltos; cuando más
tranquilo está, y sin saber por qué -pues ningún delito ha cometido- les caen
encima, con multas. De por medio, la maldita tabaiba (¡bendita para el
cabildo!). Para el pueblo llano y sencillo (cada vez menos), el asunto de las
tabaibas, es un puro desastre. Los que los vigilan, son una auténtica plaga,
que cobran sin hacer nada, sino vigilándoles y de los bolsillos de los pobres
campesinos, viven los que los vigilan y otros, pues cobran de las multas que les
ponen. Esto es, con creces, lo peor que ha pasado en el campo, desde que en el
siglo XV, llegaran los castellanos; esto no tiene nombre, ni comparación. Más
aún, se puede hablar de auténtica catástrofe. Son como un ciclón, que pasa
asolando el campo, arrasando el campo, llevándose vidas por delante (vidas calladas, no
contadas, silenciadas). El efecto en la agricultura y en la ganadería es
de -perdón por la repetición- catastrófica. Y tan oscuro es el panorama, que ni
se ve luz al final del túnel, y ni mucho menos afloran brotes, de ningún color.
La cosa pinta negra. Grandes áreas comerciales se adueñan de las islas, con la
complacencia de cabildos y otros que cobran por todo lo que entra, y es otra de
sus fuentes de ingresos, y nada les importa, nada sea ya nuestro (¡la mejor
tierra del mundo, entregada a las tabaibas, y éstas, protegidas!). Ya, nada se
cosecha. Ni un solo camión baja con algo para el mercado desde el campo; nada
se produce. Y la crisis, aumenta cada vez más. La administración, el gobierno, el
cabildo, los ajuntas y mientos, nadie interviene, todos callan, miran hacia
otro lado, no se enteran, ven balón cesto…
El Padre Báez.
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