El Reino de las Tabaibas…
… el Jardín de las Hespérides en épocas clásicas, ahora venido a la
miseria, bajando de la riqueza a la pobreza más absoluta. Una población permisiva,
que deja todo se llene de tabaibas, y ello por miedo a ser multada. Diálogo alguno
no se puede tener sino este largo monólogo de un servidor, sin que ni uno solo
de ellos se den por enterados y todo sigue igual y a peor. Tabaibas por doquier
sin utilidad alguna. El campo muere, languidece… Nadie se opone. Hay cuerpos
casi policiales que lo controlan todo, lo paran todo, sanciona todo. Este
pueblo dormido-drogado, no despierta de un carnaval que no tiene fin y es
fiesta de tres días en el mundo (aquí 365 días seguidos y se empalma un año con
el otro, y otra cosa no hay, sino un carnaval permanente que embobece, fanatiza
e idiotiza a un pueblo, que no ve otra cosa que disfraces). Ya el sol no cae
sobre millos, ni papas, ni trigos, ni otros granos; la hierba, verde o seca, no
se la come ningún animal, sino los incendios preceptivos. Nuestras playas se
vacían de turistas (y nos engañan al respecto contando millones de ellos), y el
horizonte no puede ser más oscuro, con solo el blanco de la leche de tantas
tabaibas. Y así, el Reino de las Tabaibas, se llena de más y más ejemplares de
los de su especie, que florecen y se yerguen dominando su territorio todo,
donde en otro tiempo: gozo, paz, alegría y demás, ha cambiado por tristeza,
depresión, amargura (como la que da la leche misma de las tabaibas)…
El Padre Báez.
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Agradecimiento al cabildo
Toda vez que es de bien nacido,
el ser agradecido, y porque lo cortés
no quita lo valiente, uno se ve en el trance de agradecer a quien tanto he
criticado y criticaré, que al fin me hayan hecho un pequeño favor y a cuya
institución por caduca (100 años, ¡ya está bien!), por corrupta, por
inoperante, y porque habiendo un gobierno autonómico, sobra el cabildo y sueño
con su desaparición, para que esta isla pueda -y las otras- levantar cabeza, es
lo que espero más pronto que tarde, se diluya y se clausure. Les cuento: un
servidor buscando tierra arenosa, para mejor airear mis olivos, y mejorar la
tierra, andaba por la zona de La Sima, apañando algunos cacharros de tierra,
cuando uno de los trabajadores de la recicladora de materiales de albañilería y
otros me vio y dijo, “¡tengo mejor tierra
que esa, sígame!”. Y lo que me enseñó y vi, fueron dos carrocerías, de esas
que recogen materiales de construcción, en las obras, llenas de compost, una
encima de la otra, y para que cogiera de allí cuanto quisiera, toda vez que
para cuatro palmeras gediondas en el lugar, el cabildo les había puesto -y más
en camino- las dichas gabarras o como se llame las susodichas, con más de 4.000
kilos de compost, y tanto que no diré lo que se hizo con dicho compost (toda
vez, que sin pedírselo, le iban a traer más), que tal día como el de la
Candelaria, en Tara, solicito al Consejero Francisco Santana me proveyera de
una de esas carrocerías, hecho que por olvido se alargó a más de dos meses,
hasta que volvía a reiterar la solicitud. Y al fin hoy (6-6-14), me vienen con
250 kilos miserables de compost, que para mis más de cien olivos tocan a
escasos 2 kilos por planta, pues, ¡menos
es nada!, y toda vez que a caballo
regalado no se le mira el diente, aún siendo una minucia, respecto el
donado para cuatro palmera gediondas, un servidor, caballeroso al fin con el
cabildo, tengo que darle las gracias. No sé si habrá segundas partes y mayor
generosidad, pero por lo pronto, tengo que –y lo hago- darle las gracias. Lo cual
no significa que deje de pensar lo mismo: el cabildo sobra, y si no -para que
lo vean más claro-, les remito al solo y diario ejemplo de las tabaibas.
El Padre Báez.
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