La maldición de las tabaibas
(1).
Fiel a lo que les anunciaba ayer, vamos a adentrarnos -poco a poco- en
los misterios ocultos de las tabaibas, el por qué de su defensa y protección.
Vamos a comenzar una serie -numerada-
con el título general de “La maldición
de las tabaibas”. Hoy, nos toca la ambientación, y en días sucesivos iremos
avanzando en lo que esconde la defensa de la tabaiba a toda ultranza.
Que el Tabaibal (antes Canarias), son unas islas donde su gente son
acogedoras, y muy amables, está fuera de dudas; el que viene se queda, y si se
va dicen maravillas de nuestra esencia y acogida. Y tanto que la cosa es ya un
tópico, y que por otra parte lo puede comprobar cualquiera, siempre y cuando se
trate de alguien extraño, porque no pasa lo mismo con otro tabaibero (o antes
canario), que pasa por ser su peor enemigo. Tratándose de los que nos visitan y
se quedan, tan pronto empiezan a adentrarse por el interior de la isla (o
islas), sobre todo si se dirigen a las Cumbres y sobretodo por el Sur, ya pueden
perder la confianza y la tranquilidad, dado que sin advertencias previas o
avisos al fin, y por ello sin tomar precaución alguna, no tardan en venir los
problemas, porque patear, hacer senderismo o simplemente salir al campo, se les
puede volver en contra, dado que existe un peligro cierto y seguro. Y es que la
omnipresente tabaiba, le amenaza silenciosa, con su leche envenenada dispuesta
a saltarle a los ojos, mancharle la ropa y piel y si atentara contra ella, la
multa pertinente, cual si delito mayor hiciera al querer defenderse de una de ellas,
y que las mismas en venganza lo dejara ciego y manchado…, así que ojito al parche, que dijera el otro…
El Padre Báez.
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