Nuestra riqueza: las
tabaibas...
“... los campos no dan cosechas... se acaban las
ovejas... y no quedan vacas...” (Ha 3, 2-4. 13a.
15-19).
... en ellas, superabundancia; son nuestro ahorro, y la
única producción. Y van en aumento; con ellas tenemos superávit. Se expansionan.
Se dan abrumadoramente. Son nuestro desarrollo. Gracias a ellas, tenemos
capital. Exceden de sobra. Suben. Son nuestro principal centro financiero. Los
políticos han logrado sean nuestro equilibrio. Las tenemos en exceso. Son
nuestro activo, y equilibrio. Las exportamos por todo el mundo. Los distintos
países nos las demandan.
Nos estructuran la economía. Los diseñadores de
política tuvieron un gran acierto. Y encima, ningún gasto en su mantenimiento y
expansión. Las producimos en masa. Son de muy alto rendimiento, aunque son una
creación destructiva, pero..., ¡son la
nueva finanza! El gobierno, invierte en ellas. Son el sector financiero que el
mercado demanda, y les suministramos. Y cuidamos lo que tenemos (las
protegemos). Son un regalo más de la naturaleza que del gobierno (que también).
Con ellas, ningún riesgo. No tenemos competidores. Son nuestro activo, sin
riesgos. Con ellas, vino el equilibrio. Somos los únicos mayoristas. Son la
consecuencia de una buena política. La pregunta es: ¿por qué se tardó tanto en
su cultivo de forma global (dentro de la isla e islas) y exclusiva? La respuesta
es: la demanda de las mismas ante la deficiencia de su comercialización, por
parte de los distintos países. La casualidad fue muy generosa con nosotros (los
que tenemos fe decimos en lugar de casualidad, la providencia). Financieramente
somos fuertes. Tenemos sobreabundancia a la par que crecen las exportaciones. No
hay paro, y cobran buenos salarios. Tenemos una gran reserva. Incluso inflamos
el precio, sin problema, ante tanta demanda. Confesémoslo ya: ¡ha sido un gran
acierto político! Es lo que necesitábamos, ¡y lo tenemos! La crisis, es de
otros; no de nosotros. Son nuestra fuente de financiación. Crecen en volumen.
Gracias también a los bancos, con sus operaciones, se involucran en nuestras
actividades, y son participantes activos. Los salarios crecen al ritmo de la
productividad. No tenemos competitividad, somos los únicos. Aumentan los
beneficios y los ahorros. El empleo creció rápido, el consumo también. ¡Al fin
una industria propia! Los pobres, son de otros pueblos, no nosotros ya. Hay y
tenemos inversores. No hay riesgos. A nadie debemos. Tenemos exceso de
producción, pero también exceso de demanda. Se acabó -por tanto no tenemos- el
desempleo, ni las deudas. Nos podemos permitir el lujo, hasta de
derrochar...
El Padre Báez (me permitirán la ironía,
¿no?).
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190. En este contexto, siempre hay que recordar que «la
protección ambiental no puede asegurarse sólo en base al cálculo financiero de
costos y beneficios. El ambiente es uno de esos bienes que los mecanismos del
mercado no son capaces de defender o de promover
adecuadamente»[134]. Una vez más, conviene evitar una concepción mágica del
mercado, que tiende a pensar que los problemas se resuelven sólo con el
crecimiento de los beneficios de las empresas o de los individuos. ¿Es realista
esperar que quien se obsesiona por el máximo beneficio se detenga a pensar en
los efectos ambientales que dejará a las próximas generaciones? Dentro del
esquema del rédito no hay lugar para pensar en los ritmos de la naturaleza, en
sus tiempos de degradación y de regeneración, y en la complejidad de los
ecosistemas, que pueden ser gravemente alterados por la intervención humana.
Además, cuando se habla de biodiversidad, a lo sumo se piensa en ella como un
depósito de recursos económicos que podría ser explotado, pero no se considera
seriamente el valor real de las cosas, su significado para las personas y las
culturas, los intereses y necesidades de los pobres.
191. Cuando se plantean estas
cuestiones, algunos reaccionan acusando a los demás de pretender detener
irracionalmente el progreso y el desarrollo humano. Pero tenemos que
convencernos de que desacelerar un determinado ritmo de producción y de consumo
puede dar lugar a otro modo de progreso y desarrollo. Los esfuerzos para un uso
sostenible de los recursos naturales no son un gasto inútil, sino una inversión
que podrá ofrecer otros beneficios económicos a medio plazo. Si no tenemos
estrechez de miras, podemos descubrir que la diversificación de una producción
más innovativa y con menor impacto ambiental, puede ser muy rentable. Se trata
de abrir camino a oportunidades diferentes, que no implican detener la
creatividad humana y su sueño de progreso, sino orientar esa energía con cauces
nuevos. (del
obispo de Roma, el papa
Francisco, en una de sus encíclicas, la LADATO SI).
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