Bajando de
la Cumbre:
Tanto si baja usted de Los Pechos, bien porque sube por Cazadores, o viene de Los Llanos de la Pez, y se decide llegar a casa, dando un rodeo y usar una carretera distinta, y se decide y lo hace por Cueva Grande, antes de llegar a dicho lugar, habrá tenido que pasar por Las Mesas de Doña Ana. Y justo en este punto, bajando en línea recta, en la primera curva hacia la derecha encara ante un paisaje idílico cien por cien, desde donde puede admirar y contemplar la hermosa cuenca, con la Cruz del Saucillo al fondo, ocultando a Camareta, La Hoya, El Gamonal, con la Montaña Cobeso, etc. y hay que estar ciego, para no verlo, cómo los castañeros que en gran cantidad de ejemplares se divisa enfrente, son invadidos, por los desgraciados pinos, que amenazantes galopan sobre ellos, para darles muerte.
¡Que sabios, nuestros antepasados, que plantaron comida, que ricas en algodón las castañas, y tanto asadas, como sancochadas o crudas, y si están curadas, son una auténtica delicia en cualquiera de las formas y maneras que uno se las quiera comer, para combatir el frío del invierno! Y del castañero, los erizos para el fuego; las hojas, para la cama de los animales (y si verdes, para el pesebre como comida), o simplemente cama en el terreno donde cae, que podridas por las lluvias, se convierten en el mejor de los estiércoles o abonos).
Pero sobresale el “moco”, y el poder de olerlo, que no hay perfume que le iguale, que cubiertos por la flor que nos dará el fruto, lo hace blanco cuales copos en fondo verde intenso, en contraste con ese otro verde sucio, que esteriliza la tierra, la vuelve infecunda, y acaba con la vida de los castañeros.
Por supuesto, que les he situado en un lugar concreto; pero, no es el único, y ello sobretodo si se baja o sube más hacia el norte. Y castañeros en Artenara, Tamadaba, como en Santa Brígida, y aún más abajo. Es decir, antes se comía y vivía de las castañas. ¡Cómo recuerdo aquellos montones de erizos, que con una piedra, golpeándolos con suavidad –y picándonos las manos hasta sangrar- para no romper y dañar el fruto, iba bajando el montón, y subiendo el de las castañas, que al ser vendidas, para que pesaran algo más, astutamente –la abuela- las regaba, para que hinchándose algo o un poco, hacer unas pesetas de más.
Hoy, casi vivimos en la extinción de tan rico como sabrosos fruto, que en sendos sacos, eran mantenidos y consumidos, en su corto periodo de duración, que sacadas y puestas al sol, eran verdaderas golosinas, y nada digamos cuando pasando por el tostador, los olores, y el quitarles las cáscaras o pelarlas, para ponerlas en sendas vasijas, y comidas en frío, eran y son una verdadera receta, no igualada por ningún otro plato.
Entonces –recuerdo- se decía, que de comer castañas, nunca se hartaba uno, porque puede vaciar una escudilla y llenar el suelo de sus restos (o cáscaras), que no te hacen daño, sino que son el mejor aperitivo, Y, sin embargo, somos testigos de la muerte y desaparición –no tanto del castañero- sino de las castañas, pues emboscado el campo, se hace imposible llegar hasta el mismo, dado que zarzas, pitas, tuneras, cañas, y toda clase de maleza, lo impide con una intrincada maraña, imposible de vencer, y ni que nadie se atreva abrir camino hasta el castañero, porque el seprona y el medio ambiente, te las hace cagar claritas, y bien caras, al ser multado abusivamente según arbustos basuras hayan arrancado, por el único y grave delito de querer comer lo que da el castañero.
Los soberbios pinos, se les echan encima, y da pena ver, cómo árboles de comida, son comidos por árboles envenenadores de tierras y personas, porque del pino ni la sombra es buena, te clavas sus filamentos si te sientas a su sombra, y te levantarás al cien por cien con resina que te desgracia la ropa, y madera para una puerta, vean cómo en Tamadaba, son de lajas y cemento las mesas y los bancos que han sido restaurados, porque la madera del pino podrida, y comida por los gusanos, no aguantan un año.
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