domingo, 26 de agosto de 2012

¡Aquellas...!

¡Aquellas frutas!
Cualquier fruta que coma, me trae recuerdos de otros sabores de eso mismo, cuando mi infancia y juventud. Pero, creo que por mor de manipulación genética y otras, el gusto que tenían, ha desaparecido. Que antes te daba gusto comer una fruta, y ahora, no te saben a nada. Entonces, se adornaban las vigas transversales y alto de los roperos con manzanas, que al entrar a las habitaciones donde ellas, disfrutabas de un olor exquisito; ahora, no huelen a nada.

Y lo mismo sea dicho de hortalizas y semejantes. Antes, por el sabor, se distinguía la fruta; ahora, comas lo que comas, tiene la forma de eso que es, pero no sabe a lo que sabía antes. Y así, el otro día, mi hermano, me dejaba unos ajos de Tejeda, con sabor a la tierra y el de siempre, frente a los insípidos que nos vienen de China, o ¡vaya usted a sabe de dónde y cómo!
Esto, me ha obligado de alguna manera, a plantar lo que como (pero no todo, por falta de tierra, tiempo, semilla, etc.).

No hace mucho, mi sacristán –en Lomo Magullo-, me mostraba unos hermosísimos y grandes tomates, y al día siguiente, me regalaba en una bolsa un par de kilos de tomates pequeños; le hice caer en al cuenta de la diferencia respecto a los del día anterior. Y esto fue lo que me dijo: “¡aquellos, son los que vendo; estos son los que no abono y los que comemos en casa (sin veneno, ni tratamiento)!”

Vuelvo al pasado, para recordar, que esperábamos los meses con el ansia de comer lo propio del tiempo; ahora, comemos uvas –por poner un ejemplo- todo el año. Y recordando, ¿cómo olvidar aquellas pera sanjuaneras, pequeñas y verdosas de Tejeda –también-, y las ciruelas del país (las nuestras) lo distinta a las otras, que comenzaron a venir, y que cuando las probé en Sevilla, con 17 años, noté les faltaban sol, y por tanto sabor.

Nada digamos del tiempo de duración, brillo y color de tantas otras frutas y hortalizas, que claramente se ven han sido tratadas y cambiadas, con el consiguiente peligro para la salud. Que otro es el caso de vender los primeros y a mejor precio, y te llegan sin la maduración pertinente, con lo que no es lo mismo (y hay que esperar dos o tres semanas más, para que vengan en su justo sabor).

Otro gran problema, es que, cualquier fruto que cojas, antes de llevártelo a la boca, tengas que mirar  a ver si tiene o no carne (es decir, bichos dentro); y tanto y tales, que muchos árboles no te dan ya ni un solo ejemplar de su fruto válido, sino “bichento”. ¡Cuánta fruta, y verdura, hay que tirar porque se te pudre, y es el caso de la lechuga, es que no te aguanta dos días, sin que se te pudra, a no ser que tengas mucha suerte o te des prisa en comerla!

No hace mucho, comenté el aroma y la exquisitez de las guindas de Tenteniguada, cerca del Roque Chico, por donde Los Marteles, a donde no ha llegado el cambio; pero, compras un árbol cualquiera de fuera, y ya te vienen “tratado”. No hay olivo que compres, que no traiga ya incorporado su plaga o enfermedad pertinente.

Y así, solo es color todo, sin sabor alguno. Ya desconfío, hasta de los sobres que a uno, uno y medio o a dos euros, vemos en expositores, porque muy bonitos en la foto, y luego en la realidad, ¡un abismo! Tanto, como el de la distancia donde cultivan todo el año lo mismo, y nos lo traen que nos enferma y mata. Y es, que en algún sitio, debe quedar algo todavía tradicional, conservado de padres a hijos, y por ahí habría que ir, pero...

Me dijeron el otro día, que los limones que compramos vienen de Argentina, y que tardan un mes en llegar. ¿Cómo vienen? Y nada digamos de lo que nos viene de Marruecos (pero es que no te enteras [cambian de cajas, y te venden lo de fuera, como si fuera de aquí]).

Además, aparte de los productores, están esas gigantescas áreas comerciales, que te venden, ¡dios sabe qué, y de dónde y cómo! Frutas, que no ven el sol. Y dada la grave crisis que nos envuelve, ya solo se busca lo más barato, y lo más barato, es siempre lo más malo. Así, que... ¡de mal a peor!

Nada sabemos, pero podemos adivinar lo que nos aguarda, y ello, sin que la clase política se moje en el asunto, que es vital; y que biólogos, profesores, ingenieros agrícolas, etc., nada digan sino vendidos al negocio de vender lo que debiera estar prohibido.

El Padre Báez.

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