A nada,
¡las guindas!
Cierto, que tienen un color sensual. Me recuerdan los labios pintados de ciertas damas y señoritas, cuando no sus carrillos, por el color; son una tentación; verlas, se te hace la boca agua, y es todo un deseo imparable de saborearlas; una vez gustada una, quieres las otras, de forma insaciable, y más, y más, porque sabor más dulce, más sabroso, suave, tierno, no hay en el mundo; ni besos, ni musitaciones, ni caricias, ni sexo –creo-, ni nada se le pueda comparar. Solo el que no las haya comido, no sabe de lo que hablo; es pura delicia. Exquisitez de fruta, que se da entre El Roque Chico, La Caldera de los Marteles, por donde El Saucillo, por el Rincón de Tenteniguada, Los Bucios, La Piletilla..., que es una pena, no se reforeste con ellas, justo donde los pinos las amenazan de muerte.
En la Misa de San Juan bautista en/de Tenteniguada, fue la ofrenda mejor: un gajo de guindero, al que como una piña, no le cabía una guinda más. Me dijo la dueña de tales guinderos, que este año, están que se vienen al suelo, del peso de tantas como han dado o tienen. Pero, que llevadas –dadas a un mercadillero intermediario (“placeros”, se les llamaba antes)- al Mercalaspalmas, les fueron devueltas, con el añadido: “¡No las quieren a nada!” Me dijo se quedó con unas pocas, a ver a cómo se las pagan, si es que vende algunas, y ya le daría la respuesta, repito: si es que las vendía. En contra, comemos algo parecido muy de lejos, y traído más lejos todavía, como son las cerezas del Valle del Jerte (Cáceres), que casi podridas, y sin sabor alguno, con mucho color, pero de ahí no pasa.
Despreciamos lo nuestro, y valoramos lo de otros y de fuera. Desgracia de pueblo éste y sus políticos, que no potencia y prima lo suyo. Para un año de guindas –fruta que muchos desconocen e ignoran, por no haberla probado en sus vidas- no las quieren a nada, cuando cola debieran hacer para ir a comprarlas. Lamentablemente, se vendrán al suelo, se las comerán los pájaros, y compraremos basuras de fuera, o sucedáneo de guindas.
Guindas de nuestras cumbres, que son desplazadas por el inútil y estéril pino, que les roba terreno y desaparecen un árbol que es una pura delicia, por fruto tan rico y sabroso, que no hay otro mejor, ni igual, y sin embargo, quien pudiera hacer unos euros, por su venta, dada la cosecha tan grande de este año, no coge ni un céntimo, por falta de publicidad, de exposición, de presentación, que hasta para licor de guinda, sería la solución, pero no hay iniciativa, y solo ven pinos que plantar, y pinocha para comer.
Permítaseme, acabar, con la frase de aquel niño (un servidor), que decía: “¡me subo al guindero, a guindar unas guindas!”, paralela a esta otra: “¡voy al manguero a mangar unos mangos!”: pues no señor, aquí, lo que comemos viene todo de fuera; lo nuestro..., “¡a nada!”
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