Azulejos blancos
Curioso, mis amigos, que por esos campos de Dios, cuando se abandonó las tierras, para defecar, y aparecieron, los primeros retretes, waters o baños, primero sin encalar, en bloques visto, y hasta sin puerta, para pasar a una moda y todos al cien por cien, tenían sus azulejos blancos. Recuerda uno, de niño de cuatro-cinco años, que operado de las amígdalas, todo se hizo en una habitación (sala del hospital o quirófano) que recuerdo con sus azulejos blancos, como si todo lo sanitario y lo otro, no sabemos en razón por qué debían ser forrados de este material y color...
Y viene esto a cuanto, porque visitando a un pastor, éste me hizo caer en la cuenta, de los azulejos blancos, más allá de donde se confecciona y guarda el queso, que también lo estaba el ordeñadero. Es decir, que donde las cabras entran, para enchufarles la chupa que les extrae la leche, con guantes los pastores auxiliares, para colocar y trabar cada cabra en su “pesebre”, que todo ese conjunto, donde una fosa central, con dos pasillos altos, con pasarela a ambos lados, y que todo esté de azulejos blancos, como que no, desde el suelo al techo y cuan ancho sea el espacio o lugar.
Se me antoja una majadería. Sin ello, ¡multa al canto!, y retirada de licencia, o requisito previo para la legalización. Y claro, no alcanza uno –en su simpleza- a ver la razón, que allá, perdido en un barranco, esté este corral, cual si de un palacio se tratara, y seguro que en el liso del material del azulejo, no se albergue ningún parásito o infección alguna (luego, en la propia cocina y otras dependencias –incluido el cuarto de baño- del pastor, no se un solo azulejo, y ello, de ningún color).
Pues, una más de esas exigencias absurdas y ridículas, por poner un ejemplo de lo mucho que se les exige al que quiera poner cuatro cabras y ordeñarlas, que el lugar debe ser pulcro, inmaculado, puro. Y dice uno, si la leche pasa, de la teta a la chupa, y por un sistema de mangueras y aparatos de depósito previo, hasta llegar al estanque donde se deposita la leche –el cursi diría “el líquido blanco”-, ¿a qué vienen esas exigencias de azulejos blancos, en donde se ordeña, mezclado todo de cagarrutas, estiércol, y restos de comida, donde se hace café, se toma y come una meriendilla, al abrigo de tantos microbios, sin que a pastores les pase nada, ¿qué le va a pasar a la leche y a las cabras, si no hay azulejos blancos?
Esto, es una pasada, y ya está bien de ridiculeces; pues allí mismo –y rieron- les conté lo de Manuela, que ordeñada sus cabras, hacía dos quesos a la par, pisando y apretando uno con el culo, y el otro con las manos; luego, cambiaba, y pasaba por las manos al primero, y con el culo el segundo. Ella, se lavaba bien sus partes (ano y labios vaginales); su queso llevaba la marca de la casa, o sello tan particular de una hendidura central, que todos sus consumidores sabían a qué parte de su cuerpo correspondía, sin que con ello perdiera clientela, ni fuera rechazado su producto, que era el más solicitado, por su calidad, dado el calor y el cariño que ponía en ello (al respecto, he de decir, conozco a la sobrina de Manuela –procedente de Artenara- que en correo aparate me ratifica y confirma es verdad lo de su tía). Por otra parte, fue un sacerdote (Don Domingo Báez González, q. e. p. d., quien me lo contó de una antigua feligresa); y ella de azulejos, ¡ni el retrete, porque lo hacía en una cueva, igual que la del queso.
Sencillamente, creo, se están pasando un par de pueblos.
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