Nos engañaron con los
pinos...
... 50 años atrás (más o menos) nos dijeron, los pinos
extrañamente, atraían el agua, y ello, cuando por los barrancos corría agua todo
el año, de año en año, y tanto que las playas de los niños y muchachos del
campo, eran los charcos, con agua corriendo aún siendo los meses de julio y
agosto; pues, plantaron los pinos, y por los barrancos, el agua, ¡ni en
invierno!, a la par que recuerda uno, lo del Profesor Reina q. e. p .d., que
dijo haber oído a su abuelo: “... si quieres mojarte el culo todo el año,
planta nogales y castaños”.
Estos últimos, a su sombra aún en verano
hace frío, porque son húmedos, y ellos sí -además de las castañas y su almidón
(sus ramas además eran comida de animales)- atraen el agua; precisamente están
-o estuvieron en las zonas de mayor pluviosidad- en La Cumbre, Valleseco, San
Mateo, etc. Precisamente donde tengo la casa en La Lechuza, es conocido el lugar
como “La Huerta de los Castañeros (consúltense los mapas)”. Así que la Historia,
la tradición, los mayores, el refranero, el hombre del campo, todos de acuerdo
en lo que hay que plantar, menos el cabildo -con sus técnicos de m.-, cabrón (de
cabritos, no de lo otro), rebelde, desobediente, contra la gente y corriente,
con intereses particulares para sus bolsillos, propios y egoístas, mintiendo y
engañando solo planta pinos, y nada más que pinos, ¿y aparte de la pinocha, cabe
recoger o coger otra cosa de los pinos, que no sea el fuego y sus cenizas?
Precisamente, eso es lo que buscan (cenizas) para volver a plantar pues todo
plantado, si no se quema o queman, no pueden seguir plantando, o -como les
gustan decir: reforestando-. He ahí la madre del cordero, y el
negocio padre, pero a costa -a veces- de hasta vidas humanas; al margen
de la quema de casas, enseres, recuerdos, vidas, historias, sueños, bienes,
papeles, que todo arde y te libran a ti del fuego, echándote de lo tuyo como
agua sucia, mientras lo tuyo arde sin que ellos sepan dónde la llave del agua o
la aljibe que lo impediría, y es que ésta es otra. Les cuento más abajo, y
lean:
El Padre Báez, que recuerda, cómo en tiempos aún
recientes -vividos en mi infancia y juventud- cuando había fuego, acudían -al
toque de sirenas o bocinas insistentes de coches, camiones y motos-, todo el
mundo, con: palos, horquetas, azadas, ramas, etc., a apagar el fuego, sin que
nadie jamás ni se chamuscara o quemara, o mucho menos nunca nadie muriera en
ello; que ahora, no. Ahora, el fuego avanza y no lo apagan, sino un ejército
esperando órdenes de por dónde atacar, militarmente, con sofisticado y pesado
armamento y uniformados, esperando órdenes, cual guerra de las galaxias, con
calzado, gorros (cascos), y material muy extraño y sofisticado, que más que
facilitar la tarea, la dificulta, y te van en desfile frontal con seguidores en
filas, paramilitarmente, marcando el paso, por llanuras y laderas, alejando a
todo el mundo hasta de sus propiedades, para que se quemen sabiendo los propios,
quienes saben dónde tienen el agua que los libraría de las llamas, y dejan el
fuego avance arrasándolo todo. Y es que, para apagar el fuego, hay que ser un
profesional apagador de fuego, curso que se da en las Universidades más
prestigiosas del mundo, y solo unos pocos privilegiados son doctorados en esa
fiera materia que lo devora todo ante la pasividad de los que solo buscan salvar
vidas humanas y que arda todo lo demás, y así, entre nosotros, unos 300
especialistas de controlar los incendios, andan con prismáticos medio año
apostados en los lugares más estratégicos en turnos de ocho horas tres por
jornada y así 300 individuos enchufados, sin más provecho que cobrar por ello a
final de cada mes, con toda la ropa incluida, y a la sombra oyendo la radio y
mirando por si ven humo por algún lado o sitio. Y mientras, para que no falte el
trabajo de apagar fuego algún día, siguen plantado más pinos y 350.000 más,
ahora en Veneguera, si este
pueblo drogado por el fútbol lo permite, irán a Veneguera, a no
ser nos plantemos y los miércoles no compremos, ¡ni agua!, por más que nos
estemos muriendo de sed. Esto, de conseguirlo (que nadie compre nada los
miércoles), les hará desistir de ese atropello y
gamberrada.
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Hoy, por la extensión del mío, no les pongo ningún
comentario de entre los muchísimos que recibo.
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“... estamos
saciados de desprecios... del desprecio de los orgullosos...”
(salmo
122).
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