Haberlo los hay, que se dicen de ellos, que son unos meapilas, por aquello de que no salen de los templos, y lógicamente, no me voy a referir a ellos, que para un servidor, son como ángeles, que les ha dado -feliz manía- por las cosas de la Iglesia, en un amor puro, limpio, sincero, y que los hacen ser buena gente, aunque a veces, un poco pasados, o quedados en el ayer; que también los hay y hasta bien metidos en la política, y hasta concejales, alcaldes, consejeros, son más que aficionados, son auténticos católicos, pero que me voy yendo por otros derroteros, que lo que les vengo a contar hoy, es algo, para sonreír, aunque sea con un sacramental, que tiene su encanto: Seguro, que no hay templo o “iglesia”, que a su entrada, en la parte de atrás, no tenga la pila del agua bendita (casos hubieron que las dejaron secar o de reponer -el agua- porque adictos a drogas, entraban -no a rezar- sino a lavar las jeringuillas con las que se pinchaban), que no es el caso contar lo que se decía al tiempo de meter en ella el dedo índice y llevarlo a la frente, para hacer la señal de la cruz, dejando algunas gotas resbalaran cual lágrima por entre la nariz u ojos, dependiendo del enchumbe a la hora de mojar, lo de “con esta agua bendita, sean perdonados, mis delitos y pecados”; que quiero ir a otros lares. Por supuesto, eran otros los tiempos, en los que el agua bendita, era ofrecida.
Es decir, si se entraba en pareja o grupo, era uno el que mojaba el dedo, y lo ofrecía a su acompañante o acompañantes, que ahorrando el introducir sus dedos en la pila, pasaban el dedo propio, por el ya mojado, y aunque a veces solo ya en la humedad, era suficiente, para hacer el símbolo y señal del cristianismo sobre -como queda dicho- en la propia frente. Pues, que –como siempre ha existido la picaresca, y lo no tan espiritual, pero no por ello menos importante- si los que entraban eran novios, o cuasi novios, o se pretendían, galante el varón, se adelantaba a mojar el dedo en el agua, y a la hora de darlo a la fémina, era ese el momento, en que aparecía la carnalidad, y el amor se expresaba, en aprovechar el gesto o ritual para sobar, y pasar con el dedo, no ya el dedo de la acompañante, sino –con disimulo- tocar algo más que la llema de un dedo, sino todos y casi la mano, con lo cual aquel amor era así, como santificado –de paso-. Y, es el caso, que a la salida, la cosa, era a la inversa: la chica, era la que ofertaba el agua al muchacho, que una vez más, aprovechado y aprovechando la ocasión -repetida- tomaba, más que el agua ese repaso de la mano, con lo que se entraba en y se salía de lo divino, humanizado y enamorado de ambos amores. ¡Sí, así en otro tiempo! Desgraciadamente, al presente, escenas como las aquí, ahora contada, son de difícil continuidad, dada la separación y distancia y el cambio de costumbres, donde el toqueteo, que entonces era un juego con mucho disimulo -y tanto, que hasta no casarse, no osaban ni besarse-, salvo excepciones que siempre las hubieron y libertinos siempre los habían, que fueran con agua bendita o sin ella, más allá, pues la fuerza del amor, y la falta de control se ocuparon del resto, que a veces fructificaba -sin aborto- en la vergüenza y mancha de la familia, de triste recuerdo por comportamientos que la honra exigía, hasta a romper los padres con los hijos, sin conocer al nieto o nietos, ni yerno o nuera... ¡tiempos idos, que nos dejan estos buenos recuerdos!, cuando una moral más estrecha y exigente, propia de su tiempo, hizo que llegáramos a un presente, donde ese candor y pudor –perdido-, nos hace mirar con sonrisa a lo contado.
Conste, que periódicamente en Lomo Magullo, me piden que bendiga el agua, pues la han renovado, los que cuidan de la Liturgia, y limpian el templo; lo mismo me ocurre en Tecén donde el agua en pila de piedra tosca, del barranco, se pone verdosa o con polvo, y al retirarla, ponen nueva, con el preceptivo: “¡bendiga el agua!” Pues, hoy, nos hemos acercado a esos enamorados, que al pasar por ella, aprovechaban en lenguaje gestual, hablar y decir lo que con la palabra -a veces- no se atrevían, sino que ya se ocupaban de entrar al templo cerca de quien habían elegido para esposa, y antes novia, con esas limpiezas, con esas lavativas; así, se santificaba algo que está mandado inmediatamente después de la creación: “¡creced y multiplicaos!”, que leemos en el Génesis, bien al comienzo, que no en vano, después de la Creación -repito- fue lo primero que Dios instituyó.
Mucho me temo que otras sean las fuentes, y otras las aguas, que al presente sirvan para tales uniones, que no matrimonios, pero eso, ya es cosa de otro cantar. Que canto a aquellas acciones, bonitas, entonces, y más ahora al recordarlas, y que forman parte de una sub-historia, y no por ello menos importante. Bendita agua, que daba lugar a escenas amorosas. Y ya de paso, recuerde quien esto me lee, que entonces, se buscaba -siempre- pareja, novia, esposa, en torno a la Iglesia. Iglesia, que ha sido sustituida, por otros ambientes: discotecas, salas de Fiestas, Clubes..., ¡signos de los nuevos tiempos, que precisamente, comienzan a retroceder, y ojalá lleguen hasta lo aquí hoy reseñado! Seguro, las cosas serían mejores, de cara a evitar rupturas, separaciones, dolores, problemas...; sí, habría que meter a Dios que es Amor, en el amor, y ¡otro gallo nos cantaría!
Y justo, cuando se dice este año, en el mes que ha pasado, no ha tenido otro igual sino el del año 1947 (justo cuando un servidor nació -aunque ene Agosto-), que un servidor hable de otra agua; agua que me piden en garrafas bendecida, ya no sé si por petición de brujos, o por fe y confianza en que retira al enemigo de la casa. Algunos, hasta la consumen (la beben); en fin allá ellos...
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